domingo, 3 de septiembre de 2017

Nº 1. EL GRITO ANIMAL


Aún estaba tibio el lecho. La luz de la mañana caía en perpendicular sobre un ángulo de la parte inferior de la cama,  aquel en el que la sábana bajera, rebelde, se había desprendido de su agarre.
El aire se volvió silencio contenido.
Ella tomó  la encimera, que  pocos minutos antes arropara el cuerpo, ahora ausente. Y la estrujó. Se acostó apretando contra su pecho la tela arrugada. Y su cuerpo se acomodó en la posición fetal. Y comenzó un llanto de una intensidad inenarrable que trocó en un potente quejido sonoro. Estuvo así un tiempo cuya duración no podría precisar pero que la hizo sentir como una cría que  destetaran. Y lloró. Sintió la pérdida de un cordón umbilical inmaterial, atemporal, inasible. Y chilló. En su garganta afloraron millones de años de vida animal. El instinto hecho dolor. La aflicción devenida en desgarro. La vida pataleando.
El aire se volvió silencio agradecido.
Ella cesó en su lloro. De su boca brotaron palabras que la agasajaron, calmando desde la humanidad el padecer animal. Su corazón habló aunque las palabras salieran de sus labios.
“Gracias, mamá por la vida que me diste. La acepto y haré algo bueno con ella”.
El aire se volvió agradecimiento y serenidad.
Ella se levantó. Sintió que en cada momento en que se comprometiera con la vida, allí encontraría a su madre. Y sintió una inmensa paz.

Buena semana

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