domingo, 10 de septiembre de 2017

Nº 2. LA RANA


-¡Vaya día, por Dios! – soltó mientras se descalzaba tras una jornada abrumadora. Se detuvo en esta palabra recién pensada: abrumadora. Realmente se sentía así, como si una niebla espesa le impidiera discernir lo que estaba a su alrededor; y en cuanto a lo lejano, mejor no mentarlo. 
- Más vale que descanse porque tengo la impresión de que la cabeza me va a explotar y temo que salpique para todos los lados.- concluyó
Preparó algo de comer pues nunca se iba a la cama sin haber tomado algo, por ligero que fuera. Hoy cenaría solo ya que su pareja estaba de viaje. Regresaría al día siguiente. Había partido el día anterior. En este momento echaba en falta su charla pero sobre todo su olor. No era ninguna fragancia comercial, sino un aroma que le hacía saber que estaba en casa; incluso tras practicar deporte o sexo, artes a las que se entregaban con placentera disciplina, el cuerpo de ella dejaba un rastro de perfume exclusivo y había un no sé qué en el aire, que le hacía sentirse en paz.
Sentado a la mesa, oyendo la radio, se dispuso a dar buena cuenta de la crema de calabaza; aquella que, con la batata, la nata, la sal y la pimienta, le daba una tregua a sus perennes contiendas donde el enemigo a batir era él mismo.
Mecánicamente dirigió la vista a la pared en la que, atento, un reloj de diseño marcaba la hora. Un poco más abajo se encontraba la foto entrañable de un niño arropado por unos robustos brazos. Eran él y su padre en una alegre foto que, décadas atrás fijara un pintoresco minutero que de paso por la plaza de su pueblo natal, le hacía viajar a la parte noble de sus recuerdos. Por eso ocupaba un lugar privilegiado junto al estilizado contador de tiempo. No había fijado la mirada en la imagen enmarcada cuando paró el gesto, perplejo. Parpadeó una y otra vez. Se levantó y sigiloso se acercó hasta la pared para tomar el cuadro desde el que una rana sonriente le saludaba divertida. Le dio vueltas al artilugio, desmontó cristal y tapa trasera mientras su asombro aumentaba en progresión geométrica.
- ¿Y esta rana?, ¿Qué coño es!- Volvió a su asiento y desde la neutra mesa del comedor , el rostro del batracio seguía manteniendo su expresión juguetona.
Ni la crema de calabaza, otrora tan reparadora y apetecible, pudo reducir el nivel de ansiedad que se fue apoderando de su cabeza y que se asentó en su pecho hasta que perdió el conocimiento. De camino al hospital murmuraba algo que para los sanitarios que le atendieron resultaba ininteligible… algo que sonaba como “la rana, la rana” .Mientras lo transportaban en la ambulancia, comentaban entre ellos que el paciente tenía toda la pinta de ser uno de esos que viven para trabajar hasta que su cuerpo dice “basta”. En ese momento, el móvil desde el que el enfermo pudo contactar con los servicios de urgencias y que ahora guardaba un vecino cercano, recibió un mensaje de voz en su whatsapp; una fémina confesaba que le había cambiado la foto de su infancia por la de una rana bajada de internet tras una conversación, envite incluido, en el trabajo sobre lo que cuesta darnos cuenta de lo que cambia a nuestro alrededor. Continuaba la mujer hecha voz que, al no haberle comentado nada él hasta el momento, ella había perdido la apuesta en la que pujara por la capacidad de percepción de su pareja. El mensaje acababa con un reproche cariñoso, acompañado de tres emoticonos amorosos. Buena semana.



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