“Menudo polvo” – jadeó ella, resoplido incluido. Cerró los
ojos y embargada por un delicioso cansancio dejó que la memoria reciente de su
piel, húmeda todavía, recordara las
contracciones placenteras que, una vez más, le insuflaran vida. Era como si volviera a nacer y el mundo estuviera aún por
estrenar. Se estiró y fue a encallar en las costas de él pero no había peligro
de naufragio por profundo que fuera el abismo. Rememoró las manos masculinas
que avanzaran por su cuerpo erizando
todo terreno a su paso; rememoró sus bocas que se encontraban tragando peces y
toda la fauna marina, real o imaginaria; rememoró su sexo abriendo esclusa,
convertido en río; rememoró el cuerpo de él dispuesto a no dejar resquicio que
se interpusiera en el combate piel a piel; rememoró el abrazo en el que se
abrasaron; y ……. sintió el sudor que la bañaba de los pies a la cabeza.
“Menudo polvo” – jadeó ella, resoplido incluido. Cerró los
ojos y disciplinada en su propósito se
dispuso a dejar como una patena el salón. Estaba realmente sucio. Tres días
llevaba la calima empadronada en la ciudad. Ella era de puertas abiertas y
aunque contaba con un eficaz mosquitero que
protegía su casa de bichos no invitados, el aire que entraba dejaba
generoso partículas que podían tomarse de una vez con las yemas de los dedos
pulgar e índice. Se pertrechó con las toallitas para limpiar muebles, el
plumero, un paño y un producto gelatinoso que aseguraba eficacia total dentro
de lo temporal, claro está. Inició la tediosa tarea de eliminar la epidermis blanquecina de mesas, sillas,
estanterías, lámparas, sillones, butacones y demás mobiliario. Se juró abrazar el minimalismo y volver a decorar el
espacio para soltar todo aquello que requiriera de tan aburrido mantenimiento. Con
la compañía de su música preferida concluyó el trabajo; y ….. sintió el sudor que la bañaba de los pies a
la cabeza. Buena semana.
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