Ella fijó la vista en el almanaque. Su mirada corrió hacia los cuatro dígitos que conformaban el año en curso. Entonces se miró en el espejo y se recordó, siete años atrás, cuando su mundo fue arrasado por una bomba que trocaba en inofensiva la atómica. Su cuerpo modificó su silueta. Primero, porque no pudo ingerir alimentos, salvo contadas excepciones, durante meses. Después, porque se disciplinó en hacer ejercicio, probando uno y otro hasta que se volvió sirena tres veces a la semana en la piscina municipal de su ciudad. Enterró y desenterró recuerdos donde lo erótico le iba a la zaga a lo tanático. Maldijo derrumbada rodeada de escombros. Chilló como nunca antes ante el lecho vacío, sudario cálido que horas antes despidiera a su madre. Y cada día que iba pasando le sacaba una esquirla del corazón hasta que casi dejó de latir y en vez de sangre, bombeaba vacío e impotencia. Se sucedieron las estaciones, ajenas a su desgracia. El planeta, aunque gravemente dañado, siguió girando al margen de su pesar. Entonces ella tocó fondo y le vino a la cabeza el refrán materno, repetido hasta la saciedad, que pretendía remediar todo mal: “De jodido para abajo, no hay más pueblo”, rezaba el dicho. Entonces sintió que solo podía subir. Y se subió a la vida, temerosa en las escaladas iniciales pero certera tras aplicarse en el intento. Entonces adquirió una visión panorámica que integraba su dolor y el ajeno. Entonces se descubrió con otro rostro,serenamente hermoso, con un matiz de sabiduría en la mirada y con una mueca sonriente que visitó su boca y allí fijó residencia. Pasó el tiempo y con él pasaron siete años.Y tras la terrible prehistoria , comprendió que estaba a punto de inaugurar otra etapa que prometía. Buena semana.
domingo, 17 de marzo de 2019
Nº 81 SIETE AÑOS
Ella fijó la vista en el almanaque. Su mirada corrió hacia los cuatro dígitos que conformaban el año en curso. Entonces se miró en el espejo y se recordó, siete años atrás, cuando su mundo fue arrasado por una bomba que trocaba en inofensiva la atómica. Su cuerpo modificó su silueta. Primero, porque no pudo ingerir alimentos, salvo contadas excepciones, durante meses. Después, porque se disciplinó en hacer ejercicio, probando uno y otro hasta que se volvió sirena tres veces a la semana en la piscina municipal de su ciudad. Enterró y desenterró recuerdos donde lo erótico le iba a la zaga a lo tanático. Maldijo derrumbada rodeada de escombros. Chilló como nunca antes ante el lecho vacío, sudario cálido que horas antes despidiera a su madre. Y cada día que iba pasando le sacaba una esquirla del corazón hasta que casi dejó de latir y en vez de sangre, bombeaba vacío e impotencia. Se sucedieron las estaciones, ajenas a su desgracia. El planeta, aunque gravemente dañado, siguió girando al margen de su pesar. Entonces ella tocó fondo y le vino a la cabeza el refrán materno, repetido hasta la saciedad, que pretendía remediar todo mal: “De jodido para abajo, no hay más pueblo”, rezaba el dicho. Entonces sintió que solo podía subir. Y se subió a la vida, temerosa en las escaladas iniciales pero certera tras aplicarse en el intento. Entonces adquirió una visión panorámica que integraba su dolor y el ajeno. Entonces se descubrió con otro rostro,serenamente hermoso, con un matiz de sabiduría en la mirada y con una mueca sonriente que visitó su boca y allí fijó residencia. Pasó el tiempo y con él pasaron siete años.Y tras la terrible prehistoria , comprendió que estaba a punto de inaugurar otra etapa que prometía. Buena semana.
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