Ella abrió los ojos y parpadeó. Se había quedado dormida en la hamaca de la
playa bajo una amplia sombrilla que la protegía de un sol de justicia.
Ella había descansado la media hora
larga de siesta profunda; esa que deja un pequeño rastro transparente trocando,
por momentos, a blanquecino, en la comisura de los labios, cuando su boca
reposaba sin tener que hablar o masticar lo escuchado. Solo descansaba.
Ella despertó sin saber qué hora sería. Somnolienta aún observó que la
playa mostraba la actividad propia de la estación veraniega a media tarde. En
la hamaca contigua un rostro familiar y querido roncaba.
Ella desconocía cuánto tiempo había estado dormida. Mientras borraba todo
resto de baba de su rostro le dio por pensar en las cosas que no sabía, que no había aprendido
y en las que probablemente no aprendería en su vida.
Ella estaba interesada por comprender el funcionamiento de lo que la
rodeaba. Se interrogaba sobre el para qué de las cosas, de los hechos, de los
pensamientos, de las emociones, de los sentimientos; en fin, indagaba en la
finalidad de la vida si bien en muchas ocasiones dudaba de que hubiera un
objetivo que alcanzar más allá del propio vivir.
Ella estaba descansada. Había comido bien, el sueño fue reparador y una
hora antes había nadado en el mar que impregnó su piel con una mascarilla
salada. Sería por eso por lo que su cabeza siguió cuestionándose hasta dónde
llegaría a descifrar en su paso por la vida.
Ella se dijo que el conocimiento estaba muy valorado en la sociedad y que
en base a su posesión se dividía a las personas en un orden jerárquico. Claro
que bien pudiera ser que dicho orden solo fuera imaginado, tal como Harari
planteara en Sapiens afirmando que su percepción como real le fuera conferida por
sus características, a saber, estar incrustado en el mundo material, modelar
nuestros deseos y ser intersubjetivo.
Ella disfrutaba conociendo, llegando a una meta que, tras alcanzarla, se
convertía en punto de partida para otro empeño. Incluso cuando optó por el
autoconocimiento que, en teoría, solo demandaba un volverse hacia sí, una vez
que el aire tomaba la forma de la respiración entrenada, brotaban por doquier
más interrogantes que entretejían las
horas en las que se entretenía pero no
se distraía.
Ella concluyó que desconocía las
excepciones en beneficio de las reglas. Sintió un profundo interés por las
voces que no tenían voz, incluso cuando la voz
real por decreto hablara de ellas. Y en este punto lo poco que quedaba
de un pensamiento lineal y ordenado saltó por los aires, cayendo cascotes,
embriones preñados de otras miradas, otras propuestas, otras palabras y otros
silencios.
Ella fue al mar. Sus pies sintieron el escalofrió que produce cambiar de
temperatura, adaptarse a otro medio. Y, viva, se dijo… a por las excepciones. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario