domingo, 22 de julio de 2018

Nº 47. NO SÉ.


Ella abrió los ojos y parpadeó. Se había quedado dormida en la hamaca de la playa bajo una amplia sombrilla que la protegía de un sol de justicia.
Ella había descansado  la media hora larga de siesta profunda; esa que deja un pequeño rastro transparente trocando, por momentos, a blanquecino, en la comisura de los labios, cuando su boca reposaba sin tener que hablar o masticar lo escuchado. Solo descansaba.
Ella despertó sin saber qué hora sería. Somnolienta aún observó que la playa mostraba la actividad propia de la estación veraniega a media tarde. En la hamaca contigua un rostro familiar y querido roncaba.
Ella desconocía cuánto tiempo había estado dormida. Mientras borraba todo resto de baba de su rostro le dio por pensar en  las cosas que no sabía, que no había aprendido y en las que probablemente no aprendería en su vida.
Ella estaba interesada por comprender el funcionamiento de lo que la rodeaba. Se interrogaba sobre el para qué de las cosas, de los hechos, de los pensamientos, de las emociones, de los sentimientos; en fin, indagaba en la finalidad de la vida si bien en muchas ocasiones dudaba de que hubiera un objetivo que alcanzar más allá del propio vivir.
Ella estaba descansada. Había comido bien, el sueño fue reparador y una hora antes había nadado en el mar que impregnó su piel con una mascarilla salada. Sería por eso por lo que su cabeza siguió cuestionándose hasta dónde llegaría a descifrar en su paso por la vida.
Ella se dijo que el conocimiento estaba muy valorado en la sociedad y que en base a su posesión se dividía a las personas en un orden jerárquico. Claro que bien pudiera ser que dicho orden solo fuera imaginado, tal como Harari planteara en Sapiens afirmando que  su percepción como real le fuera conferida por sus características, a saber, estar incrustado en el mundo material, modelar nuestros deseos y ser intersubjetivo.
Ella disfrutaba conociendo, llegando a una meta que, tras alcanzarla, se convertía en punto de partida para otro empeño. Incluso cuando optó por el autoconocimiento que, en teoría, solo demandaba un volverse hacia sí, una vez que el aire tomaba la forma de la respiración entrenada, brotaban por doquier más interrogantes que  entretejían las horas en las que se  entretenía pero no se distraía.
Ella concluyó  que desconocía las excepciones en beneficio de las reglas. Sintió un profundo interés por las voces que no tenían voz, incluso cuando la voz  real por decreto hablara de ellas. Y en este punto lo poco que quedaba de un pensamiento lineal y ordenado saltó por los aires, cayendo cascotes, embriones preñados de otras miradas, otras propuestas, otras palabras y otros silencios.
Ella fue al mar. Sus pies sintieron el escalofrió que produce cambiar de temperatura, adaptarse a otro medio. Y, viva, se dijo… a por las excepciones.  Buena semana.



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