Él no solía recorrer esos lugares, tan alejados ya, de su infancia. Pero la vida, en forma de oferta laboral, le ofreció la excusa perfecta para retornar a la película de su ayer.
Él tuvo una infancia feliz. Aunque no lo supo hasta que fue mayor.
Él llevaba cosidos a su piel momentos de juegos, muchos instantes de complicidades inocentes vividas con solemnidad, emociones propias de un catálogo variopinto que iban desde la más exultante alegría a la más profunda tristeza, pero que duraban lo que el minutero en recorrer cinco veces, sesenta segundos.
Él contemplaba los primeros años de su vida a través del barniz de la complacencia, cierta nostalgia edulcorada y la camaradería que empezaba en la mano de su hermano mayor; lealtad que se iniciara en el recuerdo ahora actualizado y que sobreviviera a los bandazos de la vida que a veces situaran a los hermanos en costas, solo en apariencia, de fronteras enemigas.
Él miró la hora. No en el móvil sino en un reloj que su familia le había regalado años atrás y que marcaba la hora con la precisión de un Breguet Grande Complication, Marie Antoinette, si bien su diseño era más discreto y su precio quedaba muy por debajo de los 30 millones de dólares del considerado el reloj más caro del mundo. El de su propiedad tenía un valor añadido : al tocarlo, sentía la piel de sus seres queridos. Por eso, cuando estaba lejos, miraba con frecuencia la hora y acariciaba con ternura, cristal, corona, caja y manilla.
Él, mirando las manecillas ir y venir, sonrió pensando en cómo muchos años atrás, en el mismo escenario que el actual ,su hermano y él buscaban una explicación que convenciera a sus padres de que el retraso en la hora de llegada a casa, tras una tarde noche de juegos en la calle, no había sido culpa de ellos. Ardilando soluciones llegaron al acuerdo de retrasar cada uno, una hora su reloj y practicando durante el camino de retorno al hogar la cara de no haber roto un plato, se encaminaron dispuestos a ejecutar una representación creíble.
Él recuerda que de poco valieron sus dotes teatrales pues recibieron el castigo habitual en esas ocasiones: no saldrían a jugar a la calle en los dos días venideros. Recuerda asimismo cómo no percibieron la risa disimulada de sus progenitores ante tal ingenua creatividad. Recuerda que no comprendieron qué era lo que había salido mal en aquel plan perfectamente trazado y , a su juicio, bien ejecutado.
Él se levanta del banco. Continúa su paseo y se dijo que realmente su niñez fue el reino de la tranquilidad. Bueno, éste es el discurso que adoptó décadas atrás cuando, cansado de estar atrapado en un pasado de infierno al que había de pagar el tributo del sufrimiento, día sí y día también, decidiera inventar un pasado en el que las cosas ocurrieran tal como a él le hubiese gustado que fueran. Y a fuerza de repetir esa fantasía creada y guiada por y para él mismo, terminó por hacerla realidad para él y para con quienes la compartiera, mujer y descendientes incluidos. Había comprendido que todo pasado tiene gran parte de presente; planteamiento eficaz para saldar deudas emocionales pretéritas y actuales.
Él, ahora, es un hombre tranquilo. Buena semana.
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