Él no se dio cuenta de que el libro de Walsh, “Isabel la Cruzada” había quedado colocado en el borde de la estantería manteniendo un equilibrio tan frágil que cuando la ventana se cerró por el viento con estruendo incluido, el ejemplar que contenía la biografía de la reina medieval cayó sobre su cabeza.
Él estaba sentado en su sillón para leer mientras en una mesilla menguaba el té manchado con leche , parte del ritual de cuatro a cinco.
Él sintió un golpe seco, inesperado y se llevó la mano derecha a la zona dolorida. No había sangre. Tampoco hinchazón. Aparentemente todo había quedado en un accidente sin mayores consecuencias.
Él era muy terco; más que una mula, le decía su familia. Por supuesto no compartía la opinión del clan y se mantenía en sus trece, confirmando lo que pretendía negar.
Él notó con el paso de las horas que brotaba una molestia que fue creciendo llegando incluso a dificultarle el sueño. Parecía que su cabeza era menos dura que lo que su actitud mostraba. Al día siguiente, la incomodidad persistía por lo que consultó a un médico con el que coincidía semanalmente en el gimnasio. Su compañero de ejercicio le tranquilizó explicándole que el hematoma producido por el choque libresco estaría en el periostio, esa membrana de tejido vascular, fibrosa y resistente que cubría los huesos y que era la responsable, a través de sus vasos sanguíneos y nervios,
de la nutrición y sensibilidad ósea Se tranquilizó al ser consciente de que contaba con un elemento más en la defensa contra accidentes que le dañaran.
Él se encontraba en esos días en una cruzada mayor que la isabelina y con menos lucidez que la castellana. No lograba tomar las riendas de su vida de forma que pudiera conjugar cariño, compañía, seguridad, disciplina coherente, ilusión, sentirse único y ser capaz de poner límites claros ante los últimos vuelcos del corazón.
Él, por aquella época, solía perder los nervios con frecuencia, que únicamente una eficaz educación en la contención recibida en su infancia, lograba enmascarar tras la ironía. Sólo después de salir del gimnasio se sentía algo mejor, descargado ; aún así una profunda sensación de impotencia le acompañaba como sombra cosida a su pesar..
Él deseó tener un periostio emocional para que amortiguara los reveses de la vida; y a fuerza de intentar tejer soluciones, bordó una resistente malla protectora a base de baños duraderos, arroparse bajo una manta, abrazar, abrazarse y dejarse abrazar, escuchar nanas de su cultura y de otras lejanas, escribir listas de cosas que le gustaría tener, practicar la negación ante lo que le disgustara y desde la amabilidad, dejar aflorar qué necesidad era la que a gritos le estaba pidiendo que le prestara atención.
Él sanó su cabeza a medio plazo; del golpe del libro se recuperó un poquito antes. Buena semana.
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