domingo, 12 de noviembre de 2017

Nº 11 LA FLORACIÓN

Ella contempló la limonada fresca, recién hecha y anticipó su gusto donde lo agrio se mezclaba con lo dulce, dejando un sabor agradable. Su boca salivó. Hacía un calor impropio de la estación. Así se repetía en conversaciones coloquiales y también en las sesudas.
Ella pensó en el orden de los acontecimientos, ora cotidianos, ora extraordinarios; tenía la impresión de que el devenir careciera de método más allá del sorpresivo catastrófico. Le parecía que la Naturaleza había caído en una amnesia profunda que le obligaba a confundir ciclos y estaciones; de madre Natura habría pasado a pariente lejano, sin vínculo estable con el planeta.
Ella tomó un sorbo del refresco casero. Siguió rumiando la cuestión climática pensando que si el medio ambiente no parecía tener orden ni concierto, las personas no parecían lucir mayor estabilidad. Se imponía, a su juicio, una revisión constante de las rutinas pretéritas para remodelarlas, cuando fuera posible ,o proceder al derrumbe total de cara a edificar otras más acordes con los nuevos tiempos. El problema era carecer, aún, de los planos necesarios para erigir a partir de sólidos cimientos.
Ella se dijo que había llegado el momento de una nueva fosforescencia aunque, cierto fuera, que se trataría de una floración atípica; sería un tiempo de apertura donde las flores que brillaran no fueran las más populares del momento en el que transcurría la especie humana.
Ella se empeñó en imaginar cómo podría ser ese nuevo brotar. Tendría que tenerse en cuenta los recursos disponibles para no malgastarlos; sería imprescindible alumbrar rituales de la sostenibilidad que generaran la cohesión necesaria para la supervivencia del planeta; habría que inventar otro modo de andar tal como hiciera el vetusto Australopithecus cuando bajara de los árboles y hubiera de adaptarse a una nueva realidad; se imponía profundizar en la ecuación CIUDADANÍA=CUIDADANÍA donde la protección, cura , sanación e integración de lo enfermo estuviera en la lista de las prioridades a la hora de definirnos como personas.
Ella saboreó el limón líquido que, en modo resiliente, había trocado en jugosa y apetecible limonada. Agarró un búcaro donde un ramo de ahelíes vivía su primavera en pleno otoño. Les cambió el agua, cortó un poco los tallos y con dulzura los reubicó en el florero alargado, alegría del salón.
Ella comprendía que a veces la floración de los seres vivos puede resultar extravagante, inesperada o ir acompañada de un tsunami, frecuentemente más emocional que físico. También compartía la idea de que en cada persona, sin que fuera preciso una estación determinada, se producía el resurgimiento una vez el pasado quedara reducido a polvos o cenizas.
Ella entendía la reinvención como el orden ante el caos cuyo protocolo:consistía en cambiar, cortar y con dulzura... reubicar. Buena semana.





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