domingo, 7 de octubre de 2018

N 58. RECREÁNDOME.

Él peinó su pelo maquinalmente, sin apenas reparar en su imagen duplicada en el espejo. Con semejante automatismo repasó los rasgos de la cara como si sospechara que alguna parte no estuviera en el sito correcto. Pero todo estaba en orden.
Él se marchó. Salió de la casa con paso ligero. Era su modo de estar en cuanto ponía el pie fuera del umbral hogareño. Aunque no tuviera un rumbo fijo y simplemente paseara, andaba con la urgencia de quien tiene que alcanzar una meta.
Él entró en su librería favorita. Iba a recoger el libro encargado una semana atrás que ansiaba devorar a pesar de que sus palabras no vaticinaban fácil digestión.
Él esperaba su turno mientras su mirada se posaba ligera en la mesa de las novedades, pasaba a las de las actualizaciones en papel de los clásicos populares y arribaba al estante donde moraban fotografías de toda clase y condición que tan pronto le hacían viajar siglos atrás como le aventuraban en un futuro, generalmente metalizado y con frecuencia robotizado. Un marbete amplio, llamativo informaba que se estaba ante la sesión AYER Y MAÑANA.
Él detuvo su vista en dos ilustraciones en color sepia; en una se reproducía una cabalgata de la capital, con fecha capicúa ,1881, donde los disfraces, los papahuevos y las jóvenes en las carroza, a pesar de lo festivo de la ocasión, traslucían cansancio y rigidez; en la otra, tres mujeres adultas enfundadas en ropas gruesas, mantilla incluida, ocultaban su cuerpo del que solo eran visibles el rostro y las manos, que trabajaban con ahínco en una máquina tejedora en un lugar frío del norte.
Él pensó que en ambas imágenes no había presente. El espacio y el tiempo habían cambiado desde entonces; aquellas personas llevaban cuatro generaciones desaparecidas y los usos de la época habían sido sustituidos por la innovación que proporcionaban las nuevas tecnologías tanto en el ocio como en el negocio. ¿Y qué ocurriría con lo venidero?
Él se sintió puente relator entre un pasado que había expirado y un futuro que comenzaba a inspirar.
Él trocó en aire por el que circulaba el eco de lo pretérito para irse a traer los días por llegar.
Él se experimentó fuera de la dimensión temporal. Como si en cada momento confluyera todo lo posible, un eterno retorno desconocido que vinculaba y del que era imposible permanecer al margen.
Él sintió que cada segundo estrenado contenía la simiente de toda posibilidad. En un instante, fugaz, percibió su vida como una infinita recreación inabarcable para su mente. Y llegó al mostrador donde recibió su pedido.
Él sonrió desde el corazón. Fue una mueca alegre y espontánea. Tal vez porque ya tenía en sus manos el anhelado libro, délicatesse a degustar. Tal vez por ese extraño y lúcido viaje por el tiempo iniciado con el color sepia de las fotos expuestas. Tal vez porque comprendió que la vida era un continuo recrearse. Todo estaba en orden pero también en desorden.
Él desde entonces, cuando le preguntan por cómo está, se vuelve sonrisa fugaz y contesta recreándome. Buena semana.



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