Ella anduvo por la ciudad en un día laborable.
Ella trabajaba y vivía en un lugar que celebraba las fiestas
patronales. Por esta razón, a media mañana, se había dirigido rumbo a otra
localidad donde se respiraba la rutina del trabajo.
Ella se sentó en una cafetería, en el ángulo derecho; desde tal curiosa garita, el gran ventanal que se abría ante su vista convertía en escaparate el devenir cotidiano de la población y a ella en privilegiada espectadora.
Ella, turista por unas horas, se sintió ajena a la obligación, a la urgencia por llegar a un lugar, al descuido de los detalles en el trayecto, a la anticipación del deber, a los rostros enmascarados tras lo establecido que, generalmente de perfil, transitaban ante su mirada.
Ella pasó la lengua por los dientes. Lo hacía cada vez que se sentía libre. Según la tradición familiar, la abuela paterna fue su antecesora en la expresión mímica emancipadora.
Ella tomó un té rojo con manzana y un trozo de tarta de piña. Reía por dentro. Casi se le salía la sonrisa por fuera. Le maravillaba el cambio de perspectiva que unos kilómetros y el calendario oficial producían en su estado de ánimo y en su pensamiento.
Ella se fascinaba ante la realidad, en su catálogo más variopinto, desde la sencillez de la ameba a la complejidad de los números primos gemelos. El deseo de conocer la hechizaba.. ¡Y había tanto que aprender!.
Ella disfrutaba de la compañía trocada en conversación y silencios. No obstante, con el tiempo, había aprendido a saborear los instantes de ese placer único , voluntario, que experimentaba cuando el silencio y la palabra conformaban un diálogo consigo misma.
Ella estaba, esa mañana, viviendo uno de esos momentos. La lengua, al recorrer los dientes, se volvió, feliz, manzana y piña. Buena semana.
Ella se sentó en una cafetería, en el ángulo derecho; desde tal curiosa garita, el gran ventanal que se abría ante su vista convertía en escaparate el devenir cotidiano de la población y a ella en privilegiada espectadora.
Ella, turista por unas horas, se sintió ajena a la obligación, a la urgencia por llegar a un lugar, al descuido de los detalles en el trayecto, a la anticipación del deber, a los rostros enmascarados tras lo establecido que, generalmente de perfil, transitaban ante su mirada.
Ella pasó la lengua por los dientes. Lo hacía cada vez que se sentía libre. Según la tradición familiar, la abuela paterna fue su antecesora en la expresión mímica emancipadora.
Ella tomó un té rojo con manzana y un trozo de tarta de piña. Reía por dentro. Casi se le salía la sonrisa por fuera. Le maravillaba el cambio de perspectiva que unos kilómetros y el calendario oficial producían en su estado de ánimo y en su pensamiento.
Ella se fascinaba ante la realidad, en su catálogo más variopinto, desde la sencillez de la ameba a la complejidad de los números primos gemelos. El deseo de conocer la hechizaba.. ¡Y había tanto que aprender!.
Ella disfrutaba de la compañía trocada en conversación y silencios. No obstante, con el tiempo, había aprendido a saborear los instantes de ese placer único , voluntario, que experimentaba cuando el silencio y la palabra conformaban un diálogo consigo misma.
Ella estaba, esa mañana, viviendo uno de esos momentos. La lengua, al recorrer los dientes, se volvió, feliz, manzana y piña. Buena semana.
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