Ella contempló la porción de roscón en el plato de postre. Optó por el trozo que tenía fruta escarchada porque formaba parte de la minoría que sentía un profundo deleite al saborear, especialmente, la naranja agria embadurnada en almíbar.
Ella conocía el ritual. Iniciaría una búsqueda del tesoro que, de resultar, exitosa, coronaría con la corona; en caso contrario, el haba indicaría que habría que rascarse el bolsillo, habría que pagar el próximo roscón. Claro que eso sería en las Navidades venideras y la vida daría muchas vueltas y revueltas hasta entonces.
Ella mantuvo la expectación hasta engullir el último bocado .No había ganado ni perdido. Sintió alivio. Lo experimentaba cada vez que concluía una tarea donde la competencia no significara competitividad. No era un pensamiento considerado políticamente correcto sino más propio de seres incapaces ,de escasa inteligencia. No era el pensamiento de la gente triunfadora, ya fuera desde la más rancia óptica capitalista como desde la ingenua literalidad del llamado pensamiento positivo cuya única fuerza estribara en la repetición del catálogo de mantras de la abundancia, otra reformulación, en términos de la postverdad , del capitalismo.
Ella concluyó el desayuno. Celebró el ascenso monárquico ajeno que por designio gastronómico otorgaba el dudoso poder de ostentar la corona de papel policromado durante la primera reunión familiar del día en torno a la mesa; además de otorgar la propiedad de una figura masculina , muda y en modo ofrenda. También acompañó con frases agridulces a quien le tocaría pagar, el próximo año, el dulce del día de Reyes.
Ella se mantuvo en esa mayoría que parece ni pinchar ni cortar. Si bien era verdad que a esas alturas de la vida, comprendía que la apariencia no era lo que es, aceptaba la función normalizadora que cumple.
Ella se maravillaba de que los tres negocios que más dinero movían en el mundo civilizado fueran el tráfico de armas, de drogas y de personas; si bien, en este último caso, tráfico y trata competían con resultados semejantes.
Ella no supo si fue resultado de la sobredosis de azúcar tras zamparse el chocolate calentito o si fue que estaba harta de que el poder político lo determinara el tamaño del botón a pulsar que actualizaría el más siniestro de los apocalipsis. El caso es que observando el dulce circular menguante echaba en falta un representante político, le daba igual la consideración sexual, más allá de la obsoleta monarquía, también faltaba, a su juicio, una figura premiando el esfuerzo solidario y un trofeo que pusiera en valor la necesidad de reflexionar donde la alegría y la eficacia aunarían esfuerzos para que el mundo fuera un lugar en el que el éxito no supusiera el fracaso ajeno. Pero para esta última idea, reconocía, no había encontrado, aún, figura que la representara.
Ella concluyó que esta búsqueda del bien común tal vez fuera un propósito más eficaz, realista, fraternal y divertido que los consabidos y efímeros ir al gimnasio, o aprender inglés. Buena semana.
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