domingo, 3 de junio de 2018

Nº 40 EL CONTENEDOR



Él tiró con fuerza a un contenedor, negro y medio lleno, una bolsa de papel. Le fastidió porque había estado preparando dos bocadillos con esmero una hora antes. Mientras cortaba el huevo duro, la rodaja de tomate, el aguacate, refrescaba una tierna hoja de lechuga y extraía el atún entero y jugoso de su lecho metálico, anticipaba el momento en el que disfrutaría del concierto al lado de su pareja.
Él dio con su gozo en un pozo cuando a la entrada del recinto le indicaron que no podría entrar su manjar casero, a pesar de que ni era tóxico, ni contenía objeto punzante y a pesar de que fuera solo efímero alimento que tuviera las horas contadas.
Él trató de convencer al hombre que, amparado en su uniforme reiteraba la negativa que la expresión de su rostro desmentía. Su miraba roló hacia la incomprensión del absurdo pero fue rápidamente engullida por el deber que se vestía con el equipaje de la autoridad y la disonante mueca de fastidio.
Él lanzó el paquete con la fuerza que lo hiciera el neozelandés Tomas Walsh .El bulto no recorrió 22’03 metros como hiciera el proyectado por el campeón olímpico. Su vuelo apenas alcanzó metro y medio. Pero la intención rabiosa de ambos lanzadores mantenía una curiosa isomorfía.
Él entró, ligero de equipaje, a la instalación reconvertida en espacio de eventos multitudinarios de otra índole que la estrictamente deportiva, como popularmente se la reconocía. Masticaba el jilorio que ya empezaba a tomar asiento en su vientre cuando se topó.de frente con una larga cola que venía a morir ante un mostrador donde, por tres veces su precio habitual, se podría obtener comida y bebidas que acompasaran los acordes de la música por sonar. De pronto, se quedó sin apetito. Era su reacción ante lo inaceptable por injusto. Su cuerpo, entonces, no sabía cómo digerir y se cerraba.
Él buscó, con la complicidad de su acompañante, el lugar desde donde vibraría con la magia de la música. Pero un trocito de sí buscó acomodo dentro de un cartucho perfumado con unas gotas de aceite de oliva y que en el mejor de los casos, sería la cena, como si se tratara  de la corrosiva y lúcida lotería de Babel ,pergeñada por Borges, para quien fuera agraciado entre los más de 200 sin techos que habitaban la ciudad. O como el vocabulario políticamente correcto definía, integrantes del grupo de sinhogarismo o de exclusión residencial.
Él respiró. Tres horas más tardes, el contenido del contenedor contentaría, tal vez, a cientos. Y el contenido del espectáculo, tal vez, a miles. Buena semana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario