domingo, 19 de agosto de 2018

Nº 51.EL ROSTRO RECIÉN NACIDO.


Ella contempló el rostro, recién nacido, sereno, dormido. Se diría que estaba haciendo acopio de fuerzas para la larga vida que se abría de par en par al compás de su respiración.
Ella estaba embobada ante esa carita arrugada que, con solo un día de vida, aunaba niñez y vejez, alfa y omega, en un gesto que parecía decir “esto es la vida”.
Ella apenas rozó sus pequeños dedos y  se maravilló ante todas las cosas que asirían, las caricias que darían; semejaban eslabones del puente que se extenderían en múltiples bifurcaciones y que le permitirían alcanzar la vida que deseara.
Ella percibió que los ojos, rayas bien delineadas mientras reinaba el sueño, se abrieron y aún, sin ver, lucían inteligentes.
Ella vivió unos de esos momentos en los que la vida muestra su cara más amable, cuando todo está por construir; la fundación del imperio de la ilusión, la instauración de la república del soñar, el establecimiento de la federación de los imposibles, tomando  forma de un cuerpo de 3 kilos y medio.
Ella se reflejaba en ese pequeño ser y se vivió en diminuta, como en el principio fue y recuperó la frescura de lo sencillo y la curiosidad ante un mundo por descubrir.
Ella, ese día, tras sumergirse en el mundo de lo pequeñito, emergió más grande. En su interior quedó la imagen de  la ternura hecha ínfimo semblante que le narraba utopías cálidas, bellas, perfumadas, sabrosas y armoniosas. Un mundo por construir en cada rostro recién nacido; ese que una vez fuimos aunque con frecuencia hemos relegado al olvido; pero que  pide ser reconocido, empeñado en trazar el camino hacia la felicidad. Buena semana.


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