Él miró la piedra menuda en forma de confite, de color blanquecino, con leves visajes dorados; sabía que era una calcificación de algas; sabía además que el pétreo caramelo se utilizaba para afilar los picos de las animales en la otrora popular pelea de gallo.
Él paseó por aquel lugar costero, a diez minutos del bullicio de la ciudad. Era temprano, la marea estaba baja; el sol aún estaba tibio; el silencio solo era interrumpido por el viento que soplaba racheado.
Él contempló una acumulación de piedras; semejaba un muro a medio derruir; formaba parte de la desaparecida salina que abasteciera a gran parte del lugar hasta mediados del siglo pasado. No quedaba nada del pozo, el molino de viento, los canales de distribución; la pared, a duras penas en pie, era el último vestigio del pasado con textura salada.
Él inspiraba el aire fresco mirando el batir de las olas que, aun tímidas, empezaban a hacer acto de presencia. A su espalda había un yacimiento de los aborígenes cuya investigación estaba por concretar. Era un enigma la vida de los habitantes del lugar medio milenio atrás; la lejanía del espacio en relación al núcleo poblacional más cercano sugería que tal vez los ocupantes de aquellas cuevas fueran profesionales que en su quehacer laboral trataban con sangre o con muertos, los trasquilados, intocables según la tradición. Mirladores, enterradores, carniceros podrían haber contemplado ese mismo mar atados a un trabajo que les condenaba al ostracismo.
Él pensó en todos los enigmas por descubrir, en las posibles explicaciones del pasado presente y futuro. En lo que permanece y lo que cambia. En lo que está, aunque no estemos. En lo que estuvo aunque no estuvimos. Cerró los ojos y le vino a la mente una fotografía del pie de la montaña que quedaba a su derecha. Casi podía tocar la ingente cantidad de pescado que se secaba sobre las piedras y que a base de sol acompañaría como nutritivas jareas a pescadores y marineros en las largas y solitarias travesías. El recuerdo de la imagen, en blanco y negro, le hacía salivar como si masticara una tira del endurecido y canelo pescado.
Él anduvo por el yacimiento marino que mostraba el reinado fósil del Hemicycla saulcy, caracol que estuvo en aquel lugar pero en otro tiempo.
Él agradeció estar allí en ese tiempo. Y deseó estar en el tiempo por venir. Buena semana.
Él paseó por aquel lugar costero, a diez minutos del bullicio de la ciudad. Era temprano, la marea estaba baja; el sol aún estaba tibio; el silencio solo era interrumpido por el viento que soplaba racheado.
Él contempló una acumulación de piedras; semejaba un muro a medio derruir; formaba parte de la desaparecida salina que abasteciera a gran parte del lugar hasta mediados del siglo pasado. No quedaba nada del pozo, el molino de viento, los canales de distribución; la pared, a duras penas en pie, era el último vestigio del pasado con textura salada.
Él inspiraba el aire fresco mirando el batir de las olas que, aun tímidas, empezaban a hacer acto de presencia. A su espalda había un yacimiento de los aborígenes cuya investigación estaba por concretar. Era un enigma la vida de los habitantes del lugar medio milenio atrás; la lejanía del espacio en relación al núcleo poblacional más cercano sugería que tal vez los ocupantes de aquellas cuevas fueran profesionales que en su quehacer laboral trataban con sangre o con muertos, los trasquilados, intocables según la tradición. Mirladores, enterradores, carniceros podrían haber contemplado ese mismo mar atados a un trabajo que les condenaba al ostracismo.
Él pensó en todos los enigmas por descubrir, en las posibles explicaciones del pasado presente y futuro. En lo que permanece y lo que cambia. En lo que está, aunque no estemos. En lo que estuvo aunque no estuvimos. Cerró los ojos y le vino a la mente una fotografía del pie de la montaña que quedaba a su derecha. Casi podía tocar la ingente cantidad de pescado que se secaba sobre las piedras y que a base de sol acompañaría como nutritivas jareas a pescadores y marineros en las largas y solitarias travesías. El recuerdo de la imagen, en blanco y negro, le hacía salivar como si masticara una tira del endurecido y canelo pescado.
Él anduvo por el yacimiento marino que mostraba el reinado fósil del Hemicycla saulcy, caracol que estuvo en aquel lugar pero en otro tiempo.
Él agradeció estar allí en ese tiempo. Y deseó estar en el tiempo por venir. Buena semana.
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