Él anduvo con paso titubeante. Casi
un anciano, de los de principios del siglo XXI, era octogenario. A pesar de su avanzada edad disfrutaba de una buena salud física. Lo
mental era harina de otro costal. La inseguridad en el andar se debía a que le
faltaba fijar la atención en el camino. Su fuerza, su energía, se concentraba en su mano derecha que con
regularidad dirigía hacia la cara como si quisiera quitarse alguna pelusa, mota
de polvo o resto de comida.
Él arrastraba sus pies en un
zigzageo distraído mientras su diestra impactaba una y otra vez contra sus
mejillas. Y así llevaba años que de pronto fueron décadas.
Él había transitado por el siglo
anterior cargando un lastre, intangible
a ojos ajenos pero que le pesaba como una losa y le había detenido en una
contienda lejana que revivía una y otra vez, mientras dormía o en la vigilia.
Él no podía olvidar las manos que
se aferraron a su pechera, los ojos aterrados y la maldición en forma de saliva
antes de que el fornido prisionero cayera por la tristemente famosa sima,
después de que él diera la orden. Recordaba haber limpiado la baba moribunda.
Recordaba que aquella fue la primera de las noches en las que el sueño se
vistió de sobresaltos gelatinosos que terminaban haciendo diana en su cara.
Él era conocido en su pueblo. Durante
mucho tiempo fue temido por la crueldad arbitraria con la que imponía su
voluntad gracias al poder que detentaba; después, con el pasar de los años, y
su caída en desgracia, fue despreciado; y en el momento que enfilaba la recta
final de su periplo vital era, simplemente, ignorado, experimentando el ostracismo más feroz.
Él, en su infancia, quiso sentirse
especial; en su juventud se arrimó al sol que más calentaba; durante gran parte
de su vida, jugó a ser Dios sin importar el sufrimiento que provocaban, un día sí
y otro también, sus acciones sobre sus semejantes; y en su vejez no parecía lograr firmar la tregua que borrara la perenne y nítida huella de unos ojos
aterrados, unos brazos aferrados y un esputo acusador; preso triste en una siniestra
piel carcelaria. ¿Llegaría a tiempo el armisticio? Buena semana.
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