domingo, 14 de octubre de 2018

N 59.UP AND DOWN


Ella le colocó el pañal al bebé con tranquilidad. Los movimientos de sus manos se sucedían con la normalidad del hábito. Terminó de vestir al benjamín y se dispuso a salir a la calle en busca del rayo de sol tibio que les arropara mientras andaban la ciudad.
Ella se detuvo delante de un escaparate en el que la ropa invernal era refutada por los 27 grados que mostraba, altivo, un termómetro digital, desde la atalaya de un poste metalizado destacando sobre el paseo recién despierto.
Ella, aun joven por mor de la urgencia social de estirar como chicle la juventud a pesar de haber transitado más de tres décadas, no recordaba tanto calor en esas fechas. La gente mayor, tirando de memoria, tampoco.
Ella se sentó  al zoco de unas palmeras y sintió la brisa fresca que, según las noticias meteorológicas, pronto dejaría su lugar al bochorno.
Ella estaba en paz.
Ella miró el cochecito y el pequeño rostro que dormía plácidamente, le hizo pensar. Recordar. Recodarse.
Ella rememoró cuando cinco años atrás tuvo su primer hijo. Le vino a la mente ese momento que su pareja y ella llamaban DESACTIVAR LA BOMBA. Y que hacía alusión al instante de limpiar y cambiar el pañal al ahora primogénito, pero entonces un ser pequeñito, de movimientos impredecibles y en apariencia tan frágil como el estudiante de vidriera cervantino.
Ella, con la distancia que daba el tiempo y el cambio de escenario, sonrió al percibir en el recuerdo el olor agrio del miedo en forma de sudor, la respiración contenida al voltear con éxito la pequeña nalga y la sensación de triunfo cada vez que la operación concluía con un final feliz.
Ella respiró. Se fueron de su cabeza esos pensamientos y con ellos la vida como artefacto explosivo por neutralizar. Ahora tocaba otro momento. Ahora era tiempo de tregua. Desconocía cuánto duraría la estación de la calma. Porque ignoraba el futuro, ya fuera perfecto o imperfecto. Pero sabía que así como había principiado, también habría de finalizar. Por eso tomaba con deleite el aire, cada vez menos fresco; disfrutaba del paseo mañanero, experimentaba el placer de la visión del sueño infantil hecho dicha y nada, nada, de lo que le rodeaba le era ajeno; y todo, todo, en derredor encajaba.
Ella sabía que llegarían instantes venideros, imposibles de avistar en su ahora, donde la vida trocaría en un arriba y abajo tobogánico; o como diría una querida amiga anglófila, momentos up and down; o como diría un sabio y venerable viejillo vecino , momentos apandaun o apandau, pues pronunciaba la n final según la vitalidad de sus pulmones.
Ella había aprendido que cuando había mar de fondo, la superficie aparentaba calma y que la tormenta daba vida a la tranquilidad. Con el correr de los años, iba escuchando las señales de su tiempo; y también prestaba atención a los indicios que en su interior le ayudaban a nombrar su día a día. Vivía aprendiendo a reconocerse en marcas, huellas, muescas, devenidas a veces en cicatrices y otras en reliquias hacia las que de vez en vez peregrinaba.
Ella, ahora serena, sabía que la vida era poliédrica; pero en tiempos de tontuna se disponía, diligente, cada día, a lijar sus aristas. Buena semana.



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