Ella buscaba sus raíces.
Pero no encontraba tierra sobre la que arraigar.
Ella se sentía en el
vacío. Necesita un asidero y lo necesitaba ya.
Ella se percibía como
silueta apenas esbozada y los trazos poco definidos no lograban dibujar su
perfil de manera clara.
Ella vivía, a pesar de
todo, con todo y contra todo. Pero un día, se cansó de mirar siempre en la misma
dirección y cambió su perspectiva. Descubrió, entonces, que existían las
plantas aéreas, que no necesitaban tierra para crecer y que, algunas se
especializaban en aprovechar la lluvia horizontal.
Ella, entonces, sacó para
afuera toda la riqueza que portaba en su interior y que, cerrada bajo siete
candados, era existencia invisible en su
pensamiento.
Ella cambió la mirada. Ya
no estaba aterrorizada ante el error, ni se disculpaba en tono suplicante. Al
contrario, persistía en el intento, una y otra vez, sabedora de que el fracaso
en la repetición fraguaba el éxito de la empresa. Y cuando pedía perdón ante lo
acontecido o por acontecer, comprendía lo sencillo que era vivir en paz,
haciendo lo que se pueda y queriendo lo que se haga.
Ella, planta en el aire,
aprendió a volar y en su viaje descubrió otras plantas, otros paisajes en los
que se reconocía con la distancia suficiente para celebrar la raíz común pero
sin perder su identidad.
Ella decidía cómo crecer,
aprovechaba los recursos a su alrededor, devolvía el doble de lo bueno que recibía: Y mecida por
el viento se apartaba, elegantemente, de quienes la tildaban, peyorativamente,
de colgada. Solo porque era una planta aérea. Buena semana.
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