Ella vivía una época en la que la sincronía con la vida era la huella de su andar. No porque los problemas se hubieran exilados sin propósito de retorno. Al contrario, no pasaba un día en el que brotara un obstáculo que le hiciera estrujarse los sesos para sortearlo y lograr su objetivo. Se trataba de un cambio interno.
Ella miró el cielo y se acordó de Carmen Martín Gaite. En el libro, "Lo raro es vivir" describía un paisaje que guardaba una asombrosa semejanza con el que contemplaba en aquella tarde otoñal. La voz de la escritora salmantina se convertía en firmamento hecho palabras recién nacidas al narrar “se espesaban unos nubarrones plomizos surcados por alfilerazos de luz” .En su caso, la voz se convirtió en emoción hecha lecturas ya lejanas.
Ella sabía que, otrora, en innumerables avatares de la vida, le había tocado ser nubarrón plomizo; hasta que emprendió la resignificación de la distancia que mantenía con el medio físico y humano, poco a poco, a base de perseverancia, tormenta a tormenta, caída tras caída, y trocó en alfilerazo de luz, aunque se acercara y se asentara el invierno.
Ella iniciaba su travesía diaria sin hacer hueco a la queja por la falta de viento o esperando ingenuamente que cambiara. Disciplinada, había aprendido a ajustar las velas.
Ella así surcaba cada mañana el mar de la vida. Y así retornaba con el crepúsculo: un poquito más vieja, un poquito más sabia, un poquito más feliz, un poquito más viva. Buena semana.
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