Él sudaba la gota gorda que se mezclaba con la grasa transpirada por la plancha eléctrica. Se acercaba la hora del almuerzo y la camioneta reconvertida en cocina ambulante calentaba motores gastronómicos para la hora punta del negocio.
Él había montado la empresa dos años atrás junto a dos colegas de su anterior profesión que decidieron al unísono dar un giro radical a sus vidas. La causa o el azar les hizo coincidir en el espacio y en el tiempo en los que el trío desertó de las ventanillas y mesas metálicas en las que se estaban dejando la piel y el cabello; aunque ellas lo disimularan con extensiones adheridas con pericia.
Él recuerda cómo encontraron el nombre de lo que sería en adelante su modus vivendi. Mientras deslizaba la pala por el grill ardiente a la espera de la carne jugosa rememoraba el café que compartió con ellas aquella mañana de domingo en su casa. Sonaba la radio .La oían pero no la escuchaban hasta que se impuso la palabra novedosay que adoptaron inmediatamente, sin ningún género de dudas: Escutoides.
Él, un par de años después , con un gesto alegre en la cara y en la mirada, con más pelo que entonces, se congratulaba de haber encontrado una reconfortante coartada para pertrecharse ante los avatares de la vida, opuesta a la que su formación académica apuntara como la más exitosa. Había comprendido que a veces la vida era como un prisma torcido de bases iguales; que había un coste energético añadido cuando se acercaban curvas y que cuando se crecía junto a otros seres vivos, se buscaba consumir la menos cantidad de energía posible. Había entendido que hay formas de encajar en el devenir que no eran convexas y que las diversas caras a través de las que nos vivimos se conectaban eficazmente cuando los vértices tomaban la forma de la conjunción coordinada copulativa en mayúscula.
Él, una vez más, emprendió su hermosa rutina y se dispuso con serenidad, a trocar la primera comanda del día en un menú jugoso, como la vida misma. Buena semana.
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