Él entró en la cafetería aquella tarde en la que el sol
se resistía a despedirse del día, con rayos pero sin truenos. Hacía calor. Se
sentó junto a la ventana y pidió una cerveza fría cuyo primer trago le dejó un
efímero y encanecido bigote que se deshizo ante la potencia del ventilador que
refrescaba el ambiente a diestro y siniestro.
Él había recibido una propuesta de trabajo, largamente anhelada. Estaba
contento pero la lengua y el paladar se atoraban con el sabor agridulce
del caos que le habitaba, contradictorio,como si de una mermelada de naranja
amarga se tratara.
Él reflexionó y concluyó que abrir y cerrar, comenzar y acabar, dar la bienvenida y despedir, eran las dos caras de una misma moneda: una, el pasado o el futuro de la otra; y ambas, el presente desinquieto , cuyo asiento era solo apariencia.
Él contempló, a través de la cristalera, la amplia rotonda alrededor de la cuál giraban vehículos de toda clase. Observó que, una vez incorporados al lugar, cada uno iba a desaparecer por alguna de las cinco salidas posibles; era cuestión de decidir : había quien lo hiciera a la primera; había quien necesitara dar otra vuelta antes de encontrar la salida deseada; había, incluso, quien tomara un rumbo, recalando , minutos después, nuevamente, en el punto de encuentro redondo, de decoración austera y enigmática y trocara su rumbo. Pero ninguno permanecía por mucho tiempo. Transitaban. Era un lugar de paso.
Él terminó la cerveza, un poco menos fresca que al inicio y sin la volátil espuma que rebosara el vaso . Pagó la cuenta. Recogió sus atarecos y al rodar la silla se fijó en un cartel en la pared, escrito a mano, en mayúsculas y con la tilde puesta .De forma sencilla sugería una posibilidad de estar en aquel rincón de la cafetería, desde el que se observaba una encrucijada con muchas salidas, en una tarde cálida, donde el sol quería mantener su residencia.
Él sonrió. Salió del local dispuesto a acceder a la inminente rotonda vital por la que conducirse. La salida por la que optara vendría indicada por la señal de tráfico que reprodujera el cartel que le hizo un guiño, desde la pared de la cafetería, minutos antes, a saber, DISFRUTE SU PASO POR AQUÍ. Y lúcido, eso hizo. Buena semana
Él reflexionó y concluyó que abrir y cerrar, comenzar y acabar, dar la bienvenida y despedir, eran las dos caras de una misma moneda: una, el pasado o el futuro de la otra; y ambas, el presente desinquieto , cuyo asiento era solo apariencia.
Él contempló, a través de la cristalera, la amplia rotonda alrededor de la cuál giraban vehículos de toda clase. Observó que, una vez incorporados al lugar, cada uno iba a desaparecer por alguna de las cinco salidas posibles; era cuestión de decidir : había quien lo hiciera a la primera; había quien necesitara dar otra vuelta antes de encontrar la salida deseada; había, incluso, quien tomara un rumbo, recalando , minutos después, nuevamente, en el punto de encuentro redondo, de decoración austera y enigmática y trocara su rumbo. Pero ninguno permanecía por mucho tiempo. Transitaban. Era un lugar de paso.
Él terminó la cerveza, un poco menos fresca que al inicio y sin la volátil espuma que rebosara el vaso . Pagó la cuenta. Recogió sus atarecos y al rodar la silla se fijó en un cartel en la pared, escrito a mano, en mayúsculas y con la tilde puesta .De forma sencilla sugería una posibilidad de estar en aquel rincón de la cafetería, desde el que se observaba una encrucijada con muchas salidas, en una tarde cálida, donde el sol quería mantener su residencia.
Él sonrió. Salió del local dispuesto a acceder a la inminente rotonda vital por la que conducirse. La salida por la que optara vendría indicada por la señal de tráfico que reprodujera el cartel que le hizo un guiño, desde la pared de la cafetería, minutos antes, a saber, DISFRUTE SU PASO POR AQUÍ. Y lúcido, eso hizo. Buena semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario