Ella había aprendido mucho a base de habitar el enigma. Pero cada verdad a la que arribara desplegaba ante su mirada una cartografía de cuestiones por resolver y allí se encontraba, otra vez, cuál Sísifo en versión femenina u ordenador díscolo,en versión femenina también, reiniciando la tarea.
Ella comprendía la vida como interpelación, consciente de todo lo que ignoraba , sabedora de que se convertiría en polvo de estrellas, sin apenas adquirir un conocimiento de andar por casa . Pero lejos de sentir impotencia, experimentaba un estado de curiosidad genuina que la llevaba de la Ceca a la Meca y así, con estos andares dejaba su huella allá donde la causalidad o la casualidad tuviera a bien encaminarla.
Ella, en su ambular despierto, transitaba también momentos en los que sentía estar caminando por el filo de la navaja y en varias ocasiones concluyó el trayecto con alguna cicatriz y unos cuantos rasguños que desde entonces le recordaban que no siempre la línea recta era el camino apropiado y que las estalactitas florecen en el corazón en todas las estaciones.
Ella, novelera por vocación, estudiaba la construcción histórica en la que el inicio de una Edad suponía la aparente aniquilación de la anterior. Pronto entendió que existían dos maneras , que corrían parejas, de contar lo acontecido; una, evidente, en el lado de la claridad oficial y otra, latente, en la oscuridad de la derrota. Interpretaciones antagónicas que se alimentaban paulatinamente, a fuego lento, hasta que se superponían, aflorando lo desterrado. Era cuestión de tiempo macerado en inteligencia y dignidad.
Ella se reconocía híbrida, ciudadana del mundo. No le importaba el tanto por ciento que correspondiera a cada pueblo que la configuraba. Pero sí honraba a las diferentes culturas (las conocidas y las intuidas) con las que, con el correr de los años, establecía cada vez más, una peculiar isomorfía.
Ella entendía lo universal desde lo local. Dentro de sí se emocionaba con las letras trocadas en vocablos que venían a dar en gritos atávicos, estableciendo una línea fija discontinua, desde el origen de la humanidad hasta su momento presente. Resonaba especialmente el felizmente rescatado Hai tu datana con el que sus antepasados se encomendaban a los ancestros, antes de iniciar la batalla y se preguntaba, maravillada, por la fuerza de las palabras.
Ella agradecía la existencia de quienes le precedieron .Y lo manifestaba en acciones que fue convirtiendo en deliciosas rutinas. Por esto había reservado una habitación cinco estrellas, en el latir de su corazón, destinada al acomodo exclusivo de un signo y un término bisílabo ¿mamá?
Ella, tras la despedida de su progenitora, grito desgarrador incluido, había establecido un ritual entrañable y sencillo en el que se encomendada a su madre cuando su vida llegaba a un punto y aparte y se imponía iniciar otro párrafo. Bastaba con estar en silencio, tocar con la punta de la lengua el paladar superior, respirar por la nariz y aceptando que adentro están quienes ya no están, dibujar la sílaba repetida entre el comienzo y final de la interrogación. Luego solo restaba escuchar. Mamá siempre respondía. Buena semana.
Ella comprendía la vida como interpelación, consciente de todo lo que ignoraba , sabedora de que se convertiría en polvo de estrellas, sin apenas adquirir un conocimiento de andar por casa . Pero lejos de sentir impotencia, experimentaba un estado de curiosidad genuina que la llevaba de la Ceca a la Meca y así, con estos andares dejaba su huella allá donde la causalidad o la casualidad tuviera a bien encaminarla.
Ella, en su ambular despierto, transitaba también momentos en los que sentía estar caminando por el filo de la navaja y en varias ocasiones concluyó el trayecto con alguna cicatriz y unos cuantos rasguños que desde entonces le recordaban que no siempre la línea recta era el camino apropiado y que las estalactitas florecen en el corazón en todas las estaciones.
Ella, novelera por vocación, estudiaba la construcción histórica en la que el inicio de una Edad suponía la aparente aniquilación de la anterior. Pronto entendió que existían dos maneras , que corrían parejas, de contar lo acontecido; una, evidente, en el lado de la claridad oficial y otra, latente, en la oscuridad de la derrota. Interpretaciones antagónicas que se alimentaban paulatinamente, a fuego lento, hasta que se superponían, aflorando lo desterrado. Era cuestión de tiempo macerado en inteligencia y dignidad.
Ella se reconocía híbrida, ciudadana del mundo. No le importaba el tanto por ciento que correspondiera a cada pueblo que la configuraba. Pero sí honraba a las diferentes culturas (las conocidas y las intuidas) con las que, con el correr de los años, establecía cada vez más, una peculiar isomorfía.
Ella entendía lo universal desde lo local. Dentro de sí se emocionaba con las letras trocadas en vocablos que venían a dar en gritos atávicos, estableciendo una línea fija discontinua, desde el origen de la humanidad hasta su momento presente. Resonaba especialmente el felizmente rescatado Hai tu datana con el que sus antepasados se encomendaban a los ancestros, antes de iniciar la batalla y se preguntaba, maravillada, por la fuerza de las palabras.
Ella agradecía la existencia de quienes le precedieron .Y lo manifestaba en acciones que fue convirtiendo en deliciosas rutinas. Por esto había reservado una habitación cinco estrellas, en el latir de su corazón, destinada al acomodo exclusivo de un signo y un término bisílabo ¿mamá?
Ella, tras la despedida de su progenitora, grito desgarrador incluido, había establecido un ritual entrañable y sencillo en el que se encomendada a su madre cuando su vida llegaba a un punto y aparte y se imponía iniciar otro párrafo. Bastaba con estar en silencio, tocar con la punta de la lengua el paladar superior, respirar por la nariz y aceptando que adentro están quienes ya no están, dibujar la sílaba repetida entre el comienzo y final de la interrogación. Luego solo restaba escuchar. Mamá siempre respondía. Buena semana.
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