domingo, 22 de septiembre de 2019
Nº 110 TRAVESÍA DE FONEMAS SINIESTROS
Aureliano cerró la ventana pues era hora punta y el tráfico ponía una banda sonora estridente al mediodía del viernes. Se sintió doblemente aliviado: de cristales para adentro, se hizo la calma; y en su mente andaban, al fin, pensamientos mudos que tan pronto como llegaban se iban. Dieciséis años atrás, durante dos décadas,su cabeza alojó un sinfín de palabras ruidosas, frases que le asustaban, mensajes cuya procedencia desconocía y que el resto de sus familiares no escuchaba, ni siquiera oía. Sufrió mucho en aquella adolescencia que no terminó de cuajar, adormecida bajo el efecto de los medicamentos que,muy lentamente, fueron acallando aquel dolor hecho sonido. No comprendía ni se comprendía.No le quedó otra que vivir el momento presente que en nada se parecía al deseado carpe diem. Por el contrario vívía envuelto en el fragor de una batalla dialéctica en modo imperativo, a veces como un rumor: otras como estruendo.Y así, cuatro lustros. Su existencia se agarraba a los escasos momentos de sosiego, que poco a poco fueron creciendo.Buscó en la religión la razón para vivir, como el antídoto a la algabaría que había tomado posesión de su pensar .Apenas podía recordar lo leído o visto minutos antes. Durante veinte años el objetivo de su vida fue silenciar sin silenciarse.Apenas hablaba porque estaba cansado de tanto escuchar.
Aureliano, de constitución robusta, paró su razonar en los 14 años, aunque su cuerpo creció más allá del medio siglo. Y fue entonces, cuando despertara de la pesadilla sonora.Desde entonces solo desea estar en paz.Calificado como enfermo mental recibía una pensión que le administraba la persona que lo acompañó y cuidó en la travesía de los fonemas siniestros: su madre. Sin ser grande ni pequeño, vive en una suerte de limbo cronológico. Su felicidad está en el disfrute de la ausencia de palabra.Es consciente de la fragilidad de la vida.Ha tenido pruebas contundentes de ello. Aprecia la compañía pero no en demasía. Prefiere la de quien, compartiendo espacio y tiempo, le permite retirarse a ese espacio de sosiego, mudo, en el que estar en paz. Buena semana.
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