Ella se cansó de darlo todo en virtud de un amor ciego
que la dejó a oscuras. Estaba harta de no
ser tomada en serio. Empezó a percibirse traslúcida y con el paso del tiempo
devino en transparente. Fue un proceso paulatino al que se fue adaptando hasta
que desapareció. Lo realmente curioso es que nadie notaba su ausencia . Su
entorno la trataba como si estuviera presente. Ella misma vivía en delegación
vacía de sí misma. Y así año tras año. Hasta que agotó todas las rutas del
ambular automático, rutinario, propio del sinsentido.
Estaba en el mostrador de la oficina municipal cuando el
funcionario le preguntó si su nombre terminaba en i griega o latina. Fue
escuchar la pregunta y se volvió loca. A todas luces estaba sensible,
extremadamente sensible. Y ese momento casual supuso el detonante para que ella
se parara a pensar por primera vez no en cómo acababa su nombre sino en cómo estaba
acabando su vida. Por su cabeza se paseó la rabia que había acumulado durante
décadas y que se había tragado para no molestar .Estalló como lava de volcán y
dejó al empleado público perplejo y con la boca abierta.
Se marchó de la oficina con una mirada efervescente que se
derramó por el rostro. Fue a su casa, se miró en el espejo y, cual Alicia, lo
atravesó y se contempló de esta forma por
vez primera y descubrir un rostro ajeno. Respiró ante esos rasgos desconocidos
y lejos de achantarse tuvo el firme propósito de aplicarse en el estudio de la
silueta viviente que desde el otro lado del espejo le decía ¡Mira Meri! Buena
semana.
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