Yo iba
para paracaidista o guardia real.
Pero lo
que realmente quería ser de mayor era enfermero. Me imaginaba entrando y
saliendo de las habitaciones del hospital, con toda suerte de artilugios
mitigadores del dolor humano. Me veía con el uniforme sanitario y el firme
propósito de acabar con cualquier virus o bacteria que se me pusiera
delante. Poner inyecciones, ser el brazo derecho del equipo médico,
o el izquierdo, si aquel fuera zurdo, eran la inspiración de mi
imaginario laboral futurible en los años adolescentes.
Hasta
que en un día de frío invierno se me helaron las ilusiones. Estando
en clase entró el tutor con un montón de papeles grapados en
pequeños montones de seis hojas que , convertidas en oráculo,
adivinarían a dónde iría a parar mi clase cuando estábamos a menos de dos estaciones de abandonar el instituto.Cansado de contestar al
tercer folio, me dediqué a escoger la opción mas corta entre las
tres posibilidades que ofrecían aquellos papeles omniscientes.
Cuando
obtuve la respuesta doble , tras sesudas operaciones en las que se
sumaban, restaban, multiplicaban y dividían mis palabras trocadas
en números, sabía que el disparate final era `producto de la astenia juvenil que solo me permitía avanzar lúcido con esfuerzo, hasta el epílogo de la tercera hoja.
Pero cierto es, que durante un momento, intenso, pleno y único momento, sentí cómo volaba, planeando en el aire antes de retornar a la habitual, pero esta vez aérea, posición vertical, para tomar tierra y llegar a tiempo
al turno que empezaba en breve en la garita donde se produciría el
cambio de la guardia real.
Y por
unos instantes, lo imposible me sonrió.Y yo me reí con lo imposible. Por primera vez. Y desde
entonces, me acompaña cada día a la hora de tejer la trapera que
conforman los escritos, en los que, con frecuencia, se entremezclan los hilos ajenos
con los propios. Claro está que de mayor tampoco fui enfermero. Buena
semana.
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