Máxima contemplaba el mar en calma. Nada hacía sospechar eso que se llamaba mar de fondo y que desde su, mas que tierna, robusta infancia escuchó de sus mayores, con el semblante adusto y el tono lacónico. El alzado de cejas era opcional, dependiendo en gran medida de la habilidad motórica facial de la parentela.
Hacía un par de días que había ido al cine. Asistió a una proyección de un ciclo dedicado a películas cuyos títulos otorgaran el protagonismo a las bestias. Allí descubrió un clásico, Tiburón y fue tal la impresión que le causó, que investigó la cinematografía de los escualos. Estaba fascinada, en su boca tomó asiento una mezcla, desconocida hasta el momento,de sal, terror y alimaña, que le llevó a fabular sobre el vivir y el morir de esos macrodepredadores.
Ella vivía en una isla y estaba acostumbrada al mar. De hecho, mientras contemplaba la pleamar en su discreto avance, pensaba que en la vida había mucho de ese ciclo que engloba todo el vaivén marino: calma, marejadilla, marejada y tormenta. Aunque a veces trocara el orden. Y todo en el constante subir y bajar de la marea.
Máxima reconoció el acierto en el título del film. Era impactante, directo: TIBURÓN. Pronunciarlo era una invitación a la subida del cortisol. Y volvió a pensar en la importancia del nombrar a la hora del emocionar. Y tirando de la creatividad se imaginó qué tirón hubiese tenido la triplemente oscarizada película en 1976 si se hubiese llamado MARRAJO. No pudo evitar la sonrisa así como no pudo evitar que las cholas colocadas en avanzadilla en dirección al mar, flotaran merced a una ola díscola en modo marejada; o tal vez la responsable del remojo de las zapatillas fuera la esotérica mar de fondo.
Máxima salió de la playa acompañada de la alegría en forma de curva ascendente labial, el calzado fresquito y un “no se qué “ salado, arenoso y calmoso .Estaba a gusto. Aunque comprendía que la marejadilla, la marejada y la tormenta tuvieran un lugar en el guión de su vida, ella había decidido que el título de su película sería CALMA. Buena semana.
Hacía un par de días que había ido al cine. Asistió a una proyección de un ciclo dedicado a películas cuyos títulos otorgaran el protagonismo a las bestias. Allí descubrió un clásico, Tiburón y fue tal la impresión que le causó, que investigó la cinematografía de los escualos. Estaba fascinada, en su boca tomó asiento una mezcla, desconocida hasta el momento,de sal, terror y alimaña, que le llevó a fabular sobre el vivir y el morir de esos macrodepredadores.
Ella vivía en una isla y estaba acostumbrada al mar. De hecho, mientras contemplaba la pleamar en su discreto avance, pensaba que en la vida había mucho de ese ciclo que engloba todo el vaivén marino: calma, marejadilla, marejada y tormenta. Aunque a veces trocara el orden. Y todo en el constante subir y bajar de la marea.
Máxima reconoció el acierto en el título del film. Era impactante, directo: TIBURÓN. Pronunciarlo era una invitación a la subida del cortisol. Y volvió a pensar en la importancia del nombrar a la hora del emocionar. Y tirando de la creatividad se imaginó qué tirón hubiese tenido la triplemente oscarizada película en 1976 si se hubiese llamado MARRAJO. No pudo evitar la sonrisa así como no pudo evitar que las cholas colocadas en avanzadilla en dirección al mar, flotaran merced a una ola díscola en modo marejada; o tal vez la responsable del remojo de las zapatillas fuera la esotérica mar de fondo.
Máxima salió de la playa acompañada de la alegría en forma de curva ascendente labial, el calzado fresquito y un “no se qué “ salado, arenoso y calmoso .Estaba a gusto. Aunque comprendía que la marejadilla, la marejada y la tormenta tuvieran un lugar en el guión de su vida, ella había decidido que el título de su película sería CALMA. Buena semana.
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