domingo, 29 de octubre de 2017

Nº 9. LA DISTANCIA DE HARMON


Ella no lograba enfocar las letras que danzaban y se volvían borrosas según el libro que las contenía sujeto entre sus manos, variara en la distancia que lo separaba de su mirada; esta intentaba una y otra vez fijar la vista y leer lo escrito.
Ella cerró el libro y el titular desde la portada, un título de seis palabras, cinco en negro, una en celeste llegó a su pupila sin dificultad.
Ella leyó en voz alta “LAS CARICIAS QUE NO ME DISTE” y tirando hacia arriba descifró el nombre de la autora Elizabeth López Caballero, escrito en letra rectangular, escrito en blanco sobre fondo oscuro y sugerente.
Ella se dijo que tendría que revisar la graduación de su gafas pues desde hacía cierto tiempo había renunciando de forma paulatina y casi imperceptible al placer de la lectura, cansada de luchar y perder a la hora de localizar el ángulo que le permitiera comprender las palabras escritas.
Ella cerró los ojos y se recostó en el sillón de piel marrón, su favorito. Resbaló un poco por la agradable superficie mientras deslizaba por su mente las palabras que él le dijera la noche anterior y que volvían, en modo noria, una y otra vez.
Ella unió la punta del dedo pulgar y el índice haciendo pinza y de forma casual pellizcó la mejilla derecha. Enderezó la cabeza y retomó la lectura en la página 157 .La protagonista con un asertivo “Será para bien” clausuraba el capítulo.
Ella tenía el libro a la altura del codo que hacía de base de una pendiente cuya cumbre estaba formada por los dedos pinzados.El codo también podría ser contemplado como el final de un recorrido en tobogán que se iniciara con el pellizco del cachete.
Ella reparó, entonces, que había encontrado la distancia adecuada para que la historia que se desarrollaba entre las páginas del ejemplar que sostenía, tuvieran sentido y no solo forma. No sabía qué era la distancia de Harmon cuyo dato morfológico supone, a menudo, una referencia que se corresponde con la distancia de lectura y escritura en la  cual la persona debe leer sin dificultad.
Ella saboreó un agridulce menú de palabras por las hojas que fueron  a dar allá por la página 190 en el vocablo FIN. Una vez satisfecho el placer de la lectura anduvo por las calles adoquinadas de una ciudad querida a donde el afecto le trajo para pasar unos días. Sentía la forma de las piedras a través de su calzado y mientras intentaba dibujar en su mente la geometría pétrea que se extendía a sus pies reflexionaba sobre la dificultad humana para encontrar la distancia adecuada a la hora de abordar pensares y sentires, propios y ajenos. Tal vez no era solo cuestión del mensaje sino de la posición, física y mental, desde la que se recibiera ; quizás habría que determinar una distancia de Harmon a nivel emocional; es posible que de esta guisa mejorara la agudeza visual, la capacidad de acomodación y nuestro comportamiento binocular endofórico o exofórico enfocara a favor de la felicidad, individual y colectiva. Habría, pues, que revisar la graduación de las emociones. Buena semana.

domingo, 22 de octubre de 2017

Nº 8. LA TRANQUILIDAD


El paseó por las calles de su infancia y se sentó en el banco que aún conservaba “algo parecido a un corazón” en el respaldo, en un pequeño lugar del ángulo inferior izquierdo. Tan diminuto era el grabado que pasaba inadvertido para la mayoría de la gente que se detenía por un tiempo a descansar en el banco de la plaza. Sin embargo, para él, que sabía dónde mirar, seguía latiendo con sus potentes diástole y sístole. Ahí empezó y acabó su faceta de escultor.
Él no solía recorrer esos lugares, tan alejados ya, de su infancia. Pero la vida, en forma de oferta laboral, le ofreció la excusa perfecta para retornar a la película de su ayer.
Él tuvo una infancia feliz. Aunque no lo supo hasta que fue mayor.
Él llevaba cosidos a su piel momentos de juegos, muchos instantes de complicidades inocentes vividas con solemnidad, emociones propias de un catálogo variopinto que iban desde la más exultante alegría a la más profunda tristeza, pero que duraban lo que el minutero en recorrer cinco veces, sesenta segundos.
Él contemplaba los primeros años de su vida a través del barniz de la complacencia, cierta nostalgia edulcorada y la camaradería que empezaba en la mano de su hermano mayor; lealtad que se iniciara en el recuerdo ahora actualizado y que sobreviviera a los bandazos de la vida que a veces situaran a los hermanos en costas, solo en apariencia, de fronteras enemigas.
Él miró la hora. No en el móvil sino en un reloj que su familia le había regalado años atrás y que marcaba la hora con la precisión de un Breguet Grande Complication, Marie Antoinette, si bien su diseño era más discreto y su precio quedaba muy por debajo de los 30 millones de dólares del considerado el reloj más caro del mundo. El de su propiedad tenía un valor añadido : al tocarlo, sentía la piel de sus seres queridos. Por eso, cuando estaba lejos, miraba con frecuencia la hora y acariciaba con ternura, cristal, corona, caja y manilla.
Él, mirando las manecillas ir y venir, sonrió pensando en cómo muchos años atrás, en el mismo escenario que el actual ,su hermano y él buscaban una explicación que convenciera a sus padres de que el retraso en la hora de llegada a casa, tras una tarde noche de juegos en la calle, no había sido culpa de ellos. Ardilando soluciones llegaron al acuerdo de retrasar cada uno, una hora su reloj y practicando durante el camino de retorno al hogar la cara de no haber roto un plato, se encaminaron dispuestos a ejecutar una representación creíble.
Él recuerda que de poco valieron sus dotes teatrales pues recibieron el castigo habitual en esas ocasiones: no saldrían a jugar a la calle en los dos días venideros. Recuerda asimismo cómo no percibieron la risa disimulada de sus progenitores ante tal ingenua creatividad. Recuerda que no comprendieron qué era lo que había salido mal en aquel plan perfectamente trazado y , a su juicio, bien ejecutado.
Él se levanta del banco. Continúa su paseo y se dijo que realmente su niñez fue el reino de la tranquilidad. Bueno, éste es el discurso que adoptó décadas atrás cuando, cansado de estar atrapado en un pasado de infierno al que había de pagar el tributo del sufrimiento, día sí y día también, decidiera inventar un pasado en el que las cosas ocurrieran tal como a él le hubiese gustado que fueran. Y a fuerza de repetir esa fantasía creada y guiada por y para él mismo, terminó por hacerla realidad para él y para con quienes la compartiera, mujer y descendientes incluidos. Había comprendido que todo pasado tiene gran parte de presente; planteamiento eficaz para saldar deudas emocionales pretéritas y actuales.
Él, ahora, es un hombre tranquilo. Buena semana.


domingo, 15 de octubre de 2017

Nº 7. LO FIJO

Ella escuchó un retazo de conversación mientras ascendía, paciente, por la escalera automática del centro comercial, improvisado refugio para la avalancha que huía de la pertinaz calima. Dos mujeres charlaban en un tono de voz generoso. La más alta preguntaba a su compañera si volvía a estar en el mercado. La interpelada contestaba con sencillez, desparpajo y un enigmático
“ no para el mercado común.”
Ella no supo el desenlace de aquel diálogo, cuyo alcance, privado o profesional, también desconociera. Las señoras, pues ambas superaban la mayoría de edad, alcanzaron la planta alta y raudas se alejaron en dirección a la tienda fija de telefonía móvil.
Ella paseaba pausadamente flanqueada por escaparates donde se exponían objetos oscuros o claros de deseo a precios acorde a su tonalidad.
Ella recibió un whatsapp. Sintió la vibración a través de su bolso que le indicaba la llegada de un mensaje. No tenía ganas de leer, comprender, pensar ni contestar a las palabras con o sin imágenes que , probablemente con la mejor intención, le enviara alguien de su entorno. Al tiempo que un paso seguía a otro por el simple placer de construir trayecto común recordó cuando solo existía el teléfono fijo; echando años atrás, evocó la época en que cada casa contaba con un único aparato que ocupaba el espacio delimitado por el cable, generalmente enrollado, que unía el auricular al receptor y emisor de llamadas. Asoció esto a la imagen del hogar en donde la tecnología de la comunicación audiovisual ejercía de pegamento social. Así, la televisión se convertía en objeto sagrado en torno al cual el grupo sanguíneo reía, lloraba, festejaba y sufría en familia.
Ella conocía , por experiencia propia , que la radio había cumplido esa función décadas atrás. Tal vez por esa razón, experimentaba una atracción irresistible ante una voz modulada y con cuerpo. Quizás por este motivo, su imaginación trocaba con facilidad vocablos sonoros en historias escritas. “¡Quién sabe!”- se dijo.
Ella era inteligente: entendía que el astro inmóvil de la comunicación brillaba en una época donde la identidad territorial se expresaba también en un prefijo y que poco o nada tenía que ver con el cosmopolitismo del momento. También entendía que la unidad familiar había sufrido una transformación, con anexión y pérdidas de sus fronteras donde el contacto devenía, preferentemente, en virtual en consonancia con lo errante del hogar al uso. Aún así entendía que la premura por hacer presente constantemente la actualidad ajena, aunque le permitía mayor cercanía virtual abría un abismo en el cuerpo a cuerpo.
Ella volvió a uno de sus momentos fijos, sanos rituales que conformaban su día a día. Hizo presente la voz, rota y remendada del poeta radiofónico dominical que, sin saberlo, compartía su desayuno cada siete días. De hecho,aún resonaba en su mente lo escuchado la jornada anterior al referirse a “los contenedores como panteón de los recuerdos”. 
Ella sabía que podría reproducir por primera vez la intervención lírica cada vez que quisiera a lo largo del día. Sin embargo, prefería no hacerlo. Por el contrario, se despertaba a tiempo cada domingo, ya fuera sola o acompañada, para degustar un oloroso café y abandonarse al deleite que supone la certeza de que, una vez más, la vida hecha domingo comienza con poesía. Buena semana.





domingo, 8 de octubre de 2017

Nº 6. EL FANTASMA ESCORADO


Él estaba perplejo. Como si no tuviera suficiente con el trajín cotidiano ahora, por arte de birlibirloque aparecía en su cabeza una y otra vez esa figura ladeada. Aunque ocurría cada cierto tiempo, siempre le sorprendía. 
Él sabía que estaba a punto de realizar un viraje vital pero ignoraba hacia qué puerto. Tocaba sumergirse y nadar a favor de la corriente. Por experiencia comprendía que de nada valdría ir en modo salmón remontando porque lo único que lograría sería remontarse.
Él echó manos de su filmoteca vital y se visionó pequeño ante un cielo otoñal que se cubrió de forma inusitada para romperse en una furiosa tormenta. Con la calma, ya nada volvió a ser como antes, dentro ni fuera. Contempló fotogramas en los que se fijaba un gesto, una mirada, un beso, un amor, un hola y un adiós. 
Él se dirigió al trasgo torcido y nómada, que anunciara un giro copernicano en su hacer; y haciendo acopio de fuerzas, sus palabras, trocadas en sabia ironía, sonaron al impulso que le haría abandonar el presente, convertido en pasado del futuro por transitar. El aire envolvió cinco palabras que contenían la complicidad alegre de quien confía en la vida “Me vas a hacer sudar” –dijo con una sonrisa, abrazándose. Buena semana
.



domingo, 1 de octubre de 2017

Nº 5. EL POLVO

“Menudo polvo” – jadeó ella, resoplido incluido. Cerró los ojos y embargada por un delicioso cansancio dejó que la memoria reciente de su piel,  húmeda todavía, recordara las contracciones placenteras que, una vez más, le insuflaran vida. Era como si  volviera a nacer y el mundo estuviera aún por estrenar. Se estiró y fue a encallar en las costas de él pero no había peligro de naufragio por profundo que fuera el abismo. Rememoró las manos masculinas que avanzaran  por su cuerpo erizando todo terreno a su paso; rememoró sus bocas que se encontraban tragando peces y toda la fauna marina, real o imaginaria; rememoró su sexo abriendo esclusa, convertido en río; rememoró el cuerpo de él dispuesto a no dejar resquicio que se interpusiera en el combate piel a piel; rememoró el abrazo en el que se abrasaron; y ……. sintió el sudor que la bañaba de los pies a la cabeza.


“Menudo polvo” – jadeó ella, resoplido incluido. Cerró los ojos  y disciplinada en su propósito se dispuso a dejar como una patena el salón. Estaba realmente sucio. Tres días llevaba la calima empadronada en la ciudad. Ella era de puertas abiertas y aunque contaba con un eficaz mosquitero que  protegía su casa de bichos no invitados, el aire que entraba dejaba generoso partículas que podían tomarse de una vez con las yemas de los dedos pulgar e índice. Se pertrechó con las toallitas para limpiar muebles, el plumero, un paño y un producto gelatinoso que aseguraba eficacia total dentro de lo temporal, claro está. Inició la tediosa tarea de eliminar la  epidermis blanquecina de mesas, sillas, estanterías, lámparas, sillones, butacones y demás mobiliario. Se juró  abrazar el minimalismo y volver a decorar el espacio para soltar todo aquello que requiriera de tan aburrido mantenimiento. Con la compañía de su música preferida concluyó el trabajo; y …..  sintió el sudor que la bañaba de los pies a la cabeza. Buena semana.