Ella
jugueteaba con un pequeño dinosaurio de plástico. El animal cabía en la palma
de la mano y no era especialmente agraciado. Tenía una mirada fulminante
producto tal vez del acabado poco habilidoso
en el proceso de producción en serie.
Ella
recordaba cómo el hijo pequeño no salía de su asombro cuando le regalaron un
huevo gigante del que se suponía que nacería
una criatura antediluviana. Para alcanzar tal objetivo era necesario sumergir
el huevo, rosado con vetas negras, en agua templada y esperar 48 horas a que se
produjera el alumbramiento artificial del artificio prehistórico. Y así había sido. Un estegosaurio de nueva
generación había pasado a formar parte
de la familia .Y aunque la matriarca no tenía claro cuál era el lugar del neonato
en el hogar , se dijo que “no era algo
que tuviera que decidir en ese momento”.
Ella
reflexionó sobre la tendencia a fabricar
objetos que imitaran seres naturales, vegetales o animales y se maravilló de la
pericia gracias a la cual, en muchos casos, la reproducción parecía superar al
original.
Ella
siguió aventurándose por esta vereda del pensamiento y se preguntaba si no se
podría realizar el camino a la inversa. Imaginó que la humanidad tomara como
meta trocar la artificialidad en naturaleza. No se refería al desarrollo de la
robótica que tantos buenos resultados prometía. Tendía más a pensar en
modificar el significado de aquello que
había despojado a la Naturaleza de su naturaleza. Ante sí se desplegó un muro arbóreo
que, lejos de evitar incursiones vistas como invasiones hostiles dotara a los
países de las herramientas para frenar la sequía y el deterioro del medio
ambiente.
Ella
recordaba la canción de finales de los años 90 del siglo XX que coincidía con
este modo de pensar y sentir la vida. El título era Contamíname y era un bello canto
de amor a la vida.
Ella era
aficionada a las nuevas tecnologías. Se maravillaba ante la facilidad con la
que tareas, otrora engorrosas, quedaban resueltas con diligencia en un tiempo record, gracias a la eficacia de
aquellas. Pero también sentía fascinación por la luz de la mañana esperanzadora
y la vespertina que invitaba a otro tipo de ilusiones, le gustaba el sabor, el
olor, el sonido, el tacto de la naturaleza y le parecía que su cuidado debía
ser mandato de obligado cumplimiento en toda constitución democrática.
Ella pronunció
en voz alta una palabra escuchada por primera vez en una conferencia ecologista.
Eugenio Reyes Naranjo, reconocido defensor
del buen trato con el que agasajar a la
naturaleza, explicaba lo que era la CUIDADANÍA haciendo un juego de palabras
hábil con la palabra ciudadanía.
Ella se
dijo que tal vez, el año en que el siglo
XXI alcanzaba la mayoría de edad, fuera el momento de generalizar la dulzura
del cuidado en el decir y en el hacer; sin ñoñerías, sin modo cuqui; aprendiendo
a cuidar y a dejarse cuidar, planeta incluido.
Ella
miró el huevo descascarado que al ser de material plástico iría al contenedor
amarillo de reciclaje; probablemente el bicho naranja, también; cuando dejara
de ser novedoso y su utilidad como juguete fuera sustituida por otro artificio, también de plástico; también cabía la probabilidad de que fuera virtual. virtual.
Ella
respiró lentamente Y le llegó el perfume a jazmín que se abría paso en su por
ahora, imaginario, muro arbóreo. Buena
semana.
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