domingo, 21 de enero de 2018

Nº 21 EL MURO ARBÓREO

Ella jugueteaba con un pequeño dinosaurio de plástico. El animal cabía en la palma de la mano y no era especialmente agraciado. Tenía una mirada fulminante producto tal vez del acabado poco habilidoso  en el proceso de producción en serie.
Ella recordaba cómo el hijo pequeño no salía de su asombro cuando le regalaron un huevo  gigante del que se suponía que nacería una criatura antediluviana. Para alcanzar tal objetivo era necesario sumergir el huevo, rosado con vetas negras, en agua templada y esperar 48 horas a que se produjera el alumbramiento artificial del artificio prehistórico. Y  así había sido. Un estegosaurio de nueva generación había  pasado a formar parte de la familia .Y aunque la matriarca no tenía claro cuál era el lugar del neonato en el hogar , se dijo que  “no era algo que tuviera que decidir en ese momento”.
Ella reflexionó sobre  la tendencia a fabricar objetos que imitaran seres naturales, vegetales o animales y se maravilló de la pericia gracias a la cual, en muchos casos, la reproducción parecía superar al original.
Ella siguió aventurándose por esta vereda del pensamiento y se preguntaba si no se podría realizar el camino a la inversa. Imaginó que la humanidad tomara como meta trocar la artificialidad en naturaleza. No se refería al desarrollo de la robótica que tantos buenos resultados prometía. Tendía  más a pensar en modificar  el significado de aquello que había despojado a la Naturaleza de su naturaleza. Ante sí se desplegó un muro arbóreo que, lejos de evitar incursiones vistas como invasiones hostiles dotara a los países de las herramientas para frenar la sequía y el deterioro del medio ambiente.
Ella recordaba la canción de finales de los años 90 del siglo XX que coincidía con este modo de pensar y sentir la vida. El título era Contamíname y era un bello canto de amor a la vida.
Ella era aficionada a las nuevas tecnologías. Se maravillaba ante la facilidad con la que tareas, otrora engorrosas, quedaban resueltas con diligencia en  un tiempo record, gracias a la eficacia de aquellas. Pero también sentía fascinación por la luz de la mañana esperanzadora y la vespertina que invitaba a otro tipo de ilusiones, le gustaba el sabor, el olor, el sonido, el tacto de la naturaleza y le parecía que su cuidado debía ser mandato de obligado cumplimiento en toda constitución democrática.
Ella pronunció en voz alta una palabra escuchada por primera vez en una conferencia ecologista. Eugenio Reyes Naranjo, reconocido  defensor del buen trato con el que agasajar a  la naturaleza, explicaba lo que era la CUIDADANÍA haciendo un juego de palabras hábil con la palabra ciudadanía.
Ella se dijo que tal vez,  el año en que el siglo XXI alcanzaba la mayoría de edad, fuera el momento de generalizar la dulzura del cuidado en el decir y en el hacer; sin ñoñerías, sin modo cuqui; aprendiendo a cuidar y a dejarse cuidar, planeta incluido.
Ella miró el huevo descascarado que al ser de material plástico iría al contenedor amarillo de reciclaje; probablemente el bicho naranja, también; cuando dejara de ser novedoso y su utilidad como juguete fuera sustituida por otro artificio,  también de plástico; también cabía la probabilidad de que fuera virtual. virtual.

Ella respiró lentamente Y le llegó el perfume a jazmín que se abría paso en su por ahora, imaginario, muro arbóreo.  Buena semana.

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