domingo, 25 de febrero de 2018

Nº 26 EL DÍA GOZNE


Él tenía que limpiar la casa. No quería pagar a otra persona para que fregara los pisos, quitara el polvo o hiciera los baños de su hogar. No era un tema de dinero. Afortunadamente disponía de una economía saneada. Era una cuestión de mentalidad. Sus allegados, especialmente masculinos, le tildaban de mentalidad prusiana.
Él, sin embargo, no se consideraba una persona rígida. Opinaba que se trataba de mantener sus principios. En decoración su gusto tiraba por el minimalismo. No recordaba haber coqueteado con el síndrome de Diógenes ni siquiera de lejos. Al contrario, disfrutaba al abarcar de un solo vistazo los escasos muebles y demás enseres presentes, algunos de los cuales guardaban ausencias queridas.
Él saboreaba cuanto poseía, sabedor de lo efímero de su posesión. Tiempo atrás, descubrió que no necesitaba mucho para transitar por este mundo, aunque fuera un valle de lágrimas, ora de tristeza, ora de alegría.
Él no conjugaba el verbo acumular. Prefería otros como usar o trocar: Si se hacía con un objeto, se deshacía de otro al que le unieran vivencias hasta el momento, presentes; y a partir de entonces, finiquitadas.
Él deseaba sentirse ligero por fuera. Por eso hacía ejercicio, y caminaba cada día junto al mar, oyendo los cantos de sirenas marinas que competían con las de los barcos atracados en el cosmopolita y cercano puerto.
Él deseaba sentirse ligero por dentro.Por eso su equipaje no tenía nada que ver con los baúles de la Piquer. No era propietario de grandes posesiones que le encadenaran, sutilmente, al espacio y ea tiempo familiar, geográfico o tradicional.
Él se construía cada mañana.
Él recordaba aquella crónica de una tormenta anunciada. Llovió y sopló el viento .Mucho. El observó cómo el agua cayó limpia y constante, arrastrando toda suciedad que encontrara a su paso. También se fijó en que el viento cambiaba de lugar todo lo que no tenía sólido arraigo.
Él, comprendió en esa ocasión, tras los cristales de su casa rural, que después de la tempestad llegaba la calma; que la rutina solo era apariencia; que cada día no era una copia del anterior sino una pieza exclusiva que tenía las horas contadas.
Él sintió, desde entonces, que cada amanecer era una bisagra que abría puertas y ventanas a paisajes insospechados en la oscuridad de la noche. Parajes a los que no retornaría, pues eran lugares de paso. Y así, jornada a jornada, viajero incansable desbrozando los recodos de minutos y segundos, acumuló años, acarició la vida de la que se despedía, cada crepúsculo, agradecido por el placer único experimentado.
Él se deconstruía cada noche.
Él, a veces no estaba feliz; pero sí era feliz; aunque no sonriera siempre, aunque no le gustara que otras personas le ordenaran y limpiaran sus cosas, aunque le tildaran de mentalidad prusiana; aunque fuera tantas cosas y no fuera otras tantas.
Él sabía que todo esto, también pasaría. Buena semana.



domingo, 11 de febrero de 2018

Nº 24.LO IMPOSIBLE


Él chocó contra una pompa de jabón que de forma inesperada trocó en pared tornasolada y volátil. Sonrió. Volvió a la infancia  con la magia que hacía que lo imposible fuera solo uno de los caminos posibles.
Él sabía que el día se había levantado gris y somnoliento. Pera también era consciente de que vendrían otros soles que ocuparan el actual lecho de nubes plomizas. Sabía, también que todo pasaba aunque, de alguna manera se quedara alojado en un resquicio del recuerdo, a modo de seña de identidad oculta en  un dobladillo de famoso costurero.
Él no era hombre de descoser lo tejido. Pero tampoco era perito en rematar lo finiquitado. Alguna vez dejaba  algún fleco, algún hilo suelto por el que desbaratar el hilván que con cosido firme, en apariencia, concluyera una etapa vital. Lo cual, cierto era, no ocurría con frecuencia.
Él tejió varias existencias con distintas madejas; se arropó con piezas de diferentes texturas para transitar por las estaciones diversas en tiempos distantes. Se sintió abrigado y desamparado por igual, fiel a la búsqueda de un arco iris que prometía en el otro extremo una olla cargada de monedas. Su vida era una persecución constante de los siete colores magníficos. Pero cuando los tuvo ante sus ojos se volvió daltónico y confundió tonalidades diciéndose que no eran lo anhelado. Y pasó tiempo.
Él salió a pasear en la mañana invernal por una ciudad de extraño colorido por las máscaras del carnaval. Había olvidado que cuando confluyen sol y lluvia brota el inasible arco festivo. Pero la amnesia fue conjurada cuando una pompa de jabón inesperada trocó en pared tornasolada y volátil contra la que vino a chocar. Ambos se deshicieron. Él, a partir de entonces,  inició una intensa labor aplicándose en dar la más certera y genuina puntada. Al fin dejó de soñar lo imposible y empezó a habitar en él. Buena semana.



domingo, 4 de febrero de 2018

Nº 23. LA LISTA INTELIGENTE


Ella recogió el equipaje de la cinta mecánica. Había tardado un poco en salir. Había habido mucho tráfico aéreo ese día. Era el final de un  puente ansiado , especialmente por parte  de la población, etiquetada como activa.
Ella regresaba de pasar unos días con personas queridas, en otro país, no muy lejano del suyo pero sí lo suficientemente distante para que la sonoridad de su lengua la transportara a una forma exótica, para ella, de mirar y decir lo mirado. Llevaba varias jornadas en las que los carteles informativos se le antojaban jeroglíficos intrincados accesible únicamente a una aristocracia de la grafía.
Ella, ahora encajaba palabra y significado de forma natural y sintió el alivio que supone el saber. Por unos instantes se puso en la piel de las personas que en ese mismo instante estuvieran ante un mensaje sonoro o escrito sin poder descifrarlo, aunque le fuera la vida en ello.
Ella sintió miedo.
Ella, repuesta del susto, se dirigió al aparcamiento donde dejaba a buen recaudo su coche cada vez que realizaba escapadas de pocos días.. Le hacía sentirse segura reconocer el trayecto que la llevaría hacia su automóvil, una vez concluido el viaje. Era una comodidad recién descubierta y que le evitaba depender de la exactitud en los  aterrizajes de unos artefactos sobre los que no tenía el más mínimo control. También le satisfacía al hogar donde su familia estaría en una rutina en la que se integraría pues era rutina aceptada y compartida.
Ella arrancó el coche y dos rampas ascendentes más tarde, se encaminaba hacia su  quehacer habitual, con sus gestos cotidianos; incluso el familiar ceño fruncido  que hablaba de un momento de seria reflexión retornó a su frente.
Ella sonrió. Durante el último destino, se había contemplado como otra persona. No mejor o peor que la actual: ni siquiera más feliz o infeliz. Simplemente, diferente. ¡Y qué bien le había sentado esa muda temporal de piel!. En un gesto automático deslizó su mano derecha hacia la guantera y acarició la lista de cosas que estaban por hacer; no porque respondiera a la presión de una enfermedad terminal o catástrofe similar. Había mucho realizado ya y mucho aún por llevar a cabo. Recordó en ese momento cuando se planteó lanzarse en parapente. Cinco años estuvo preparando la realización del deseo; Y de eso habían pasado cinco años más.

Ella llegó al hogar. Su familia reconoció la sonrisa de felicidad en su faz. Ella era feliz al regresar porque ella había sido feliz al irse para cumplir un sueño que desaparecía bajo un tachón y daría  paso a otras palabras, estas sí conocidas, paridoras del más genuino  bienestar.. Buena semana.