Él chocó
contra una pompa de jabón que de forma inesperada trocó en pared tornasolada y
volátil. Sonrió. Volvió a la infancia con la magia que hacía que lo imposible fuera
solo uno de los caminos posibles.
Él
sabía que el día se había levantado gris y somnoliento. Pera también era
consciente de que vendrían otros soles que ocuparan el actual lecho de nubes
plomizas. Sabía, también que todo pasaba aunque, de alguna manera se quedara
alojado en un resquicio del recuerdo, a modo de seña de identidad oculta
en un dobladillo de famoso costurero.
Él no
era hombre de descoser lo tejido. Pero tampoco era perito en rematar lo
finiquitado. Alguna vez dejaba algún
fleco, algún hilo suelto por el que desbaratar el hilván que con cosido firme,
en apariencia, concluyera una etapa vital. Lo cual, cierto era, no ocurría con
frecuencia.
Él
tejió varias existencias con distintas madejas; se arropó con piezas de
diferentes texturas para transitar por las estaciones diversas en tiempos
distantes. Se sintió abrigado y desamparado por igual, fiel a la búsqueda de un
arco iris que prometía en el otro extremo una olla cargada de monedas. Su vida era
una persecución constante de los siete colores magníficos. Pero cuando los tuvo
ante sus ojos se volvió daltónico y confundió tonalidades diciéndose que no eran
lo anhelado. Y pasó tiempo.
Él
salió a pasear en la mañana invernal por una ciudad de extraño colorido por las
máscaras del carnaval. Había olvidado que cuando confluyen sol y lluvia brota
el inasible arco festivo. Pero la amnesia fue conjurada cuando una pompa de
jabón inesperada trocó en pared tornasolada y volátil contra la que vino a
chocar. Ambos se deshicieron. Él, a partir de entonces, inició una intensa labor aplicándose en dar la
más certera y genuina puntada. Al fin dejó de soñar lo imposible y empezó a
habitar en él. Buena semana.
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