Él navegaba. Estaba mareado. No se encontraba en medio de cercanas o lejanas aguas. Se hallaba atrapado en una gran red. Sabía, aunque estaba solo, que había un sinfín de víctimas desconocidas enredadas de forma similar. Resopló y se levantó del sillón apartando la mirada del portátil. Llevaba dos horas con la vista fija en el desfile de videos que buscaban un ME GUSTA para justificar su existencia .Aunque no era patrón de barco, navegaba por mares virtuales, cada día un mínimo de cinco horas.
Él tomó aire en la terraza de su casa. Unas begonias anaranjadas le distrajeron del malestar que le acompañara en la última media hora. Se sentía confuso. Le resultaba difícil comprender el mundo. Le resultaba difícil comprender a su mujer. Se había vuelto exasperante. Cuando se conocieron no era tan exigente. Entonces estaba pendiente de él y procuraba resultar lo más atractiva posible. Para él, siempre era para él. De hecho, en los días que no se veían, ella aprovechaba para descansar y no se arreglaba lo más mínimo.Él no sabía exactamente cuándo empezó el cambio. Pero rememora que en cierta ocasión llegó a su pantalla en forma de atractivo anuncio una clasificación de las muestras físicas, que a veces quedaban solapadas, en el orgasmo. Picado por la curiosidad, pinchó en el enlace y leyó. Sí recuerda que horas más tarde, en pleno éxtasis, que suponía compartido por su compañera, se percató de que las pupilas de ella no se dilataban, aunque espasmos y gemidos anunciaran la coronación de la cúspide del deleite. Él estuvo atento, en los siguientes encuentros íntimos, al mirar de su cómplice erótico pero chocó con el muro de los párpados cerrados, la cara volteada o la tupida tela de araña de su pelo que le ocultaba el rostro. Banda sonora de quejidos y chillidos surround sound incluida .Fue el principio del fin, tal vez. O quizás, el final de aquel remoto e idílico principio donde ella hasta se levantaba a horas intempestivas para acompañarle a correr, como prueba fehaciente de amor.Él se dio cuenta de que rara vez miraba los ojos de ella. Ni en el presente ni en el pasado. No por nada en especial sino porque no se le había ocurrido. La veía como un todo y de centrar su atención, había otros focos, ostensiblemente más llamativos, que le atrajeran de su anatomía.Él se dijo que realmente su mujer era complicada. De hecho, concluyó que todas las mujeres participaban de esa complejidad. ¡Con lo simple que era la vida!Él optó por no darle más vueltas al asunto y regresar al ordenador donde, timón a golpe de ratón, se encontró con dos escollos de difícil sorteo. Uno era una tertulia sobre la nueva masculinidad, que le produjo alguna que otra arcada pareja a una profunda desorientación. Otro, un cambio en el diccionario referente del país, en el que se suprimía el calificativo fácil en la acepción que se aplicaba a la mujer como sinónimo de frágil o liviana.Él sintió que su navío hacía aguas; intentó achicar los boquetes más notables pero se daba cuenta de la fuerza imparable del torrente que arrasaba con lo que se encontraba a su paso. Se trataba de una auténtica situación de emergencia. Él se sintió consternado. Realmente no era un tema fácil, en el sentido de la primera acepción del diccionario antes visionado en la red. Porque requeriría, bien al contrario, mucho trabajo; para empezar una nueva organización en el mantenimiento y pilotaje del barco y una nueva forma de mirar el sentir propio y especialmente, ajeno. Él no sabía qué pensar. Y para colmo, en modo tsunami, irrumpió en el espacio virtual el aclamado y pegadizo video La gasolina donde tristemente, a pesar de la alegre coreografía, la dilatación de las pupilas femeninas brillaba por su ausencia. Buena semana.
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