Ella sopló ligeramente. Por el aire se esparció una desconocida, para la mayoría de la población, arma de destrucción masiva, dado su inocente apariencia..
Ella, incluso, pidió un deseo, guiada por el impulso atávico que le hacía establecer una subjetiva ecuación entre su anhelo y cualquier acción, ordinaria o extraordinaria.
Ella , dio un paso más allá, e hizo acopio de un número considerable de varas vegetales para repetir el ritual durante las próximas semanas, con el férreo convencimiento de que el logro de su objetivo tendría como condición suficiente y necesaria la exhalación intencionada.
Ella vivía en una ciudad. De vez en cuando realizaba incursiones que simulaban excursiones a lo que llamaba el campo De estos andares traía pintados en su retina, colores y olores que se desdibujaban a medida que la urbe tomaba protagonismo con su característico cromatismo. También allá, en el campo, experimentaba un silencio compuesto por la banda sonora de la naturaleza: los instrumentos que ejecutaban con pericia los acordes eran el discurrir del agua sobre el suelo, suave o abrupto, el movimiento del viento al abrazar ramas, fértiles o estériles, la voz animal, que se erigía en variopinto solista o el pisar de su calzado de variable intensidad. Este silencio sonoro también se perdía, engullido por la estridencia del ruido de la capital.
Ella, aún desconocía, el efecto dañino que su bienintencionada acción acabaría por producir.Ignoraba que la planta de agradable tacto estaba catalogada como una de las mayores amenazas para el ecosistema del lugar; incluso existía una orden de junio de 2014 por la que se aprobaban las directrices técnicas para el manejo, control y eliminación del Pennisetum setaceum, ese era su nombre científico, especie vegetal que, según rezaba en el propio texto, se consideraba una de las especies exóticas invasoras más dañinas para aquel entorno .
Ella, aún desconocía, que lo que le resultaba atrayente y se le presentaba como la liberación de su pesar, trocaría, más temprano que tarde, en una cadena de sutiles grilletes donde el drama estaría servido eslabón sí, eslabón también.
Ella, aún desconocía, que el rabo de gato era peor que el más devastador de los incendios pues, la recuperación tras el fuego destructor, por muy lenta que resultara, sería posible; en cambio, la invasión de lo que, seductor, llegó, invadió y aniquiló, solo tenía una conclusión: la destrucción total.
Ella aún desconocía. Hasta que aprendió. Por eso, ahora se ocupa más de la calidad del aire que inhala que de la dirección del aire que exhala. Y ya no va al campo. Vive en la naturaleza. Buena semana.
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