Él se había convertido en una pieza de puzle que había encontrado su encaje.
Él, desde hacía tiempo, años ya, había sustituido la prisa por la eficacia. Había rectificado su trayectoria, hasta entonces lineal, previsible y jalonada de ansiedades. Fue en cierta rotonda vital, donde optó por otra salida.
Él desaprendió, aunque no olvidó, y aprendió, recordando lo estudiado. Desde aquella época lejana, sus pasos diarios, que venían a morir en la nocturnidad, se despedían con un “majo y cierro” que ponía punto y final a lo que la jornada le reparara. Sin volver la vista atrás.
Él se instruyó en una disciplina que contenía la actualización periódica en coincidencia con el crepúsculo, periódico también, de lo que tuvo a bien llamar “”Oruposaterapia”.
Él, con su nuevo entrenamiento se condujo de otra forma, en el ámbito privado como público. Se imaginaba como una eterna crisálida que albergaba tanto al gusano pasado como a la mariposa futura pero que no se identificaba totalmente con ninguno de los dos.
Él vivía en una época donde la palabra terapia se había convertido en sufijo imprescindible para certificar el manejo sano de la propia vida. Bastaba teclear dicho vocablo en el más exitoso de los buscadores para que en 0’43 segundos aparecieran 146 millones de páginas relacionadas con tal popular palabra. Por esto le resultó sencillo poner nombre a la forma que de allí en adelante le enseñaría a vivir la vida de la mejor manera posible en el mejor de los mundos posibles.
Él, cuando el sol cedía su lugar a la luna, diseccionaba las horas pretéritas, en las que la vigilia repartía espacios tanto de tristeza como de alegría. Al comienzo de este aprender, cedió a la tentación de vestir la aflicción con el poco agraciado traje de la incomodidad y obligar al alborozo a llevar el atuendo uniforme de la felicidad. Pero, a medida que el ejercicio se hizo rutina, ante el cual, la miopía vital respondía con las agujetas del desagrado, la cosa cambió.
Ý él también.
Él, cada noche se despide de lo que fue, sabedor de que no hay tiempo perdido y de que las ganas de ir en su busca tiene más de leyenda urbana que de realidad ( rural o metropolitana). Se siente así, oruga que barrunta su final transformador. Cada noche, de igual modo, experimenta las contracciones, aun de baja intensidad y espaciadas, de lo que ha de llegar. Es su parte mariposa que pide aire por el que volar.
Él ha pasado de formar parte de un rompecabezas a un arreglacorazones. Los suyos. Y también, los ajenos. Y este es su encaje. Buena
Él, desde hacía tiempo, años ya, había sustituido la prisa por la eficacia. Había rectificado su trayectoria, hasta entonces lineal, previsible y jalonada de ansiedades. Fue en cierta rotonda vital, donde optó por otra salida.
Él desaprendió, aunque no olvidó, y aprendió, recordando lo estudiado. Desde aquella época lejana, sus pasos diarios, que venían a morir en la nocturnidad, se despedían con un “majo y cierro” que ponía punto y final a lo que la jornada le reparara. Sin volver la vista atrás.
Él se instruyó en una disciplina que contenía la actualización periódica en coincidencia con el crepúsculo, periódico también, de lo que tuvo a bien llamar “”Oruposaterapia”.
Él, con su nuevo entrenamiento se condujo de otra forma, en el ámbito privado como público. Se imaginaba como una eterna crisálida que albergaba tanto al gusano pasado como a la mariposa futura pero que no se identificaba totalmente con ninguno de los dos.
Él vivía en una época donde la palabra terapia se había convertido en sufijo imprescindible para certificar el manejo sano de la propia vida. Bastaba teclear dicho vocablo en el más exitoso de los buscadores para que en 0’43 segundos aparecieran 146 millones de páginas relacionadas con tal popular palabra. Por esto le resultó sencillo poner nombre a la forma que de allí en adelante le enseñaría a vivir la vida de la mejor manera posible en el mejor de los mundos posibles.
Él, cuando el sol cedía su lugar a la luna, diseccionaba las horas pretéritas, en las que la vigilia repartía espacios tanto de tristeza como de alegría. Al comienzo de este aprender, cedió a la tentación de vestir la aflicción con el poco agraciado traje de la incomodidad y obligar al alborozo a llevar el atuendo uniforme de la felicidad. Pero, a medida que el ejercicio se hizo rutina, ante el cual, la miopía vital respondía con las agujetas del desagrado, la cosa cambió.
Ý él también.
Él, cada noche se despide de lo que fue, sabedor de que no hay tiempo perdido y de que las ganas de ir en su busca tiene más de leyenda urbana que de realidad ( rural o metropolitana). Se siente así, oruga que barrunta su final transformador. Cada noche, de igual modo, experimenta las contracciones, aun de baja intensidad y espaciadas, de lo que ha de llegar. Es su parte mariposa que pide aire por el que volar.
Él ha pasado de formar parte de un rompecabezas a un arreglacorazones. Los suyos. Y también, los ajenos. Y este es su encaje. Buena
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