Él giró su cabeza y vio descender una figura negra que fue a posarse en la rama más alta de un pino. Era uno de los treinta cuervos que quedaban en el lugar. Era un animal que tenía mala fama.
Él había visto un conejo muerto en el estrecho camino que transitaran, otrora, los carboneros en su cotidiano laborar, y que, en ese momento, había quedado relegado a la senda del olvido. El ave, todo vista y olfato se fue acercando a su alimento con la paciencia que da la sabiduría.
Él recordó el refrán que hablaba de no multiplicar esta especie de la familia de los ´córvidos, so pena de trocar, quien se dedicara a tal crianza, en involuntario Edipo. Afortunadamente también había una versión tautológica y divertida que solo informaba de que la familia crecería en diminutivo. Lo que tanto una como otra omitían era que la familia aumentaría a razón de tres a siete huevos azulados, cada vez, en febrero o en abril.
Él admiró el azabache de sus plumas que la creciente bruma iba ocultando. En su cabeza brotó como una erupción repentina la catarata de males adjudicados a tal avispado animal; esta lava incluía el ataque a cabritos, conejos y gazapos; el opíparo festín a base de huevos de codornices, frutas de los bosques, maíz de los sembrados y uvas de los viñedos; e incluso el robo, con premeditación y alevosía, de bocadillos a excursionistas de inteligencia distraída y de ropa y llaves a ingenuos turistas.
Él se alejó del lugar que pronto quedaría invadido por la oscuridad de la noche. Según avanzaba paso a paso se dijo que en esta ocasión, como suele ser habitual, faltaba la mitad de la historia. Se Imaginaba que quienes consideraban al cuervo una animal de mal vivir ignoraban que su existencia era un canto a la supervivencia donde venenos, en especial raticidas, el plomo de los perdigones alojados en cadáveres de conejos o palomas, los tendidos eléctricos o las aspas de los aerogeneradores y la falta de comida por la estabulación de los animales o el cierre de vertederos, eran pruebas fijas a sortear en su gimkana diaria.
Él se acercaba a lo que se conocía popularmente como la Ventana del Nublo , mientras el frío besaba de forma apasionada el rostro que no atinara a cubrir. En medio de la majestuosidad de aquel mirador natural realizó lo que consideró un acto de justicia, otorgando valor a la existencia del corvus corax canariensis. Talló con palabras, en su pensamiento, las virtudes de este ser despreciado por negro y ladrón (si bien considerado inteligente, lo que, paradójicamente, aumentaba su maldad) cual orfebre hiciera con el bello ónix antes de ser pulido. Así dio gracias por su incalculable labor como dispersador de semillas endémicas y limpiador de restos de animales muertos. Era la otra parte de la historia que al hacerse palabra (hablada o escrita) alumbraba la comprensión de un mundo en el que ni eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran. Buena semana.
Él había visto un conejo muerto en el estrecho camino que transitaran, otrora, los carboneros en su cotidiano laborar, y que, en ese momento, había quedado relegado a la senda del olvido. El ave, todo vista y olfato se fue acercando a su alimento con la paciencia que da la sabiduría.
Él recordó el refrán que hablaba de no multiplicar esta especie de la familia de los ´córvidos, so pena de trocar, quien se dedicara a tal crianza, en involuntario Edipo. Afortunadamente también había una versión tautológica y divertida que solo informaba de que la familia crecería en diminutivo. Lo que tanto una como otra omitían era que la familia aumentaría a razón de tres a siete huevos azulados, cada vez, en febrero o en abril.
Él admiró el azabache de sus plumas que la creciente bruma iba ocultando. En su cabeza brotó como una erupción repentina la catarata de males adjudicados a tal avispado animal; esta lava incluía el ataque a cabritos, conejos y gazapos; el opíparo festín a base de huevos de codornices, frutas de los bosques, maíz de los sembrados y uvas de los viñedos; e incluso el robo, con premeditación y alevosía, de bocadillos a excursionistas de inteligencia distraída y de ropa y llaves a ingenuos turistas.
Él se alejó del lugar que pronto quedaría invadido por la oscuridad de la noche. Según avanzaba paso a paso se dijo que en esta ocasión, como suele ser habitual, faltaba la mitad de la historia. Se Imaginaba que quienes consideraban al cuervo una animal de mal vivir ignoraban que su existencia era un canto a la supervivencia donde venenos, en especial raticidas, el plomo de los perdigones alojados en cadáveres de conejos o palomas, los tendidos eléctricos o las aspas de los aerogeneradores y la falta de comida por la estabulación de los animales o el cierre de vertederos, eran pruebas fijas a sortear en su gimkana diaria.
Él se acercaba a lo que se conocía popularmente como la Ventana del Nublo , mientras el frío besaba de forma apasionada el rostro que no atinara a cubrir. En medio de la majestuosidad de aquel mirador natural realizó lo que consideró un acto de justicia, otorgando valor a la existencia del corvus corax canariensis. Talló con palabras, en su pensamiento, las virtudes de este ser despreciado por negro y ladrón (si bien considerado inteligente, lo que, paradójicamente, aumentaba su maldad) cual orfebre hiciera con el bello ónix antes de ser pulido. Así dio gracias por su incalculable labor como dispersador de semillas endémicas y limpiador de restos de animales muertos. Era la otra parte de la historia que al hacerse palabra (hablada o escrita) alumbraba la comprensión de un mundo en el que ni eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario