Ella depositó los envases en los contenedores de colores que prometían la resurrección en otros cuerpos, semejantes o diferentes de los actuales sin que el karma tuviera protagonismo alguno en otorgar otra oportunidad de vida. Plásticos, vidrios y cartón fueron colocados con sus iguales a la espera de un renacimiento donde la existencia establecía maridaje con la utilidad.
Ella, después, condujo satisfecha por haber distribuido lo que en su casa quedara relegado a la zona de tránsito, embarque a otro destino, previsible pero aún desconocido. Los objetos habían agotado su tiempo y era el momento, para aquellos seres inertes y vacíos, de habitar en otras moradas a fin de conjugar el ostracismo que los convertían en desperdicios donde no tendrían precio ni tampoco valía.
Ella solía transformar el hogar con regularidad. Esta pasión por el cambio no era compartida por el resto de la familia que la tildaba de culo inquieto o ave sin nidar o gallina recién parida moviendo de sitio a sus gatitos.
Ella hacía oídos sordos a tales expresiones, consciente de que ese juntar palabras, como todo, tenía sus horas contadas. Igual ocurría con el apañar silencios, En ambos casos la eternidad pugnaba, protegida con el coselete de la desesperación, por hacerse hueco vestida con los ropajes de la importancia, la verdad, y la objetividad.
Ella andaba, buceaba, saltaba, intuyendo que bajo la apariencia de lo constante, lo único que, a su entender, permanecía, era el senderismo, cual funambulista, por el instante. Buena semana.
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