Él tenía en sus manos los papeles que certificaban que el vehículo, tanto
tiempo anhelado, era suyo. Sentía una profunda satisfacción al comprobar que las
cifras y letras de aquellos folios eran su pasaporte para la felicidad.
Él no podía cerrar la boca. La sonrisa se le desbordaba en el gesto, como
escapista con pericia. Se sentía grande, alto, fuerte, capaz y por encima de
todo, tenía unas ganas incontrolables de reír.
Él estaba entusiasmado. Dentro de sí había prendido una potente llama que le garantizaba la llegada al reino de lo imposible. No es que le gustara el histrionismo; bien al contrario prefería pasar desapercibido y dejar el protagonismo para quienes preferían mostrar. Pero ahora no cabía en sí.
Él nunca había sentido ese poder, magma ardiente que brotaba en su interior. Se asombraba cuando se sorprendió dando brincos de alegría. No era el hecho de tener ese coche nuevo el responsable de la fogata que prendió allá dentro. Era que se había propuesto algo, en otro tiempo inaccesible y que a base de peldaños de ilusión, en muchas ocasiones contracorriente, a partir de ahora formaría parte de su cotidianeidad.
Él se despidió del auto anterior. Le agradecía sus 14 años compartidos y las sendas desbrozadas en su compañía. Le dijo adiós al color gris metalizado. El nuevo automóvil era rojo y solo con verlo la sangre le fluía juguetona y contenta.
Él se permitió gozar de lo que llegaba y despedir lo que se iba con la serenidad y lucidez de que aunque, de algún modo, todo queda, de otro que cobra cada vez más presencia, todo pasa. Recordó unas líneas de Sándor Márai en "La mujer justa" que reflejaban a la perfección lo que llevaba años barruntando y desde meses atrás se había convertido en una certeza. Decía uno de los protagonistas “Hay una ordenación invisible en la Vida: cuando la situación requiere que se lleve a cabo algo determinado, las circunstancias se convierten en cómplices, sí, e incluso el lugar y los objetos, y las personas cercanas se ponen en connivencia inconsciente con la situación…..Cuando quiere crear algo, la vida realiza escenificaciones perfectas”.
Él se comprometió consigo mismo a diseñar las escenificaciones perfectas por las que su deseo deseara circular. Metió primera y empezó a conducir, empezó a conducirse. Buena semana.
Él estaba entusiasmado. Dentro de sí había prendido una potente llama que le garantizaba la llegada al reino de lo imposible. No es que le gustara el histrionismo; bien al contrario prefería pasar desapercibido y dejar el protagonismo para quienes preferían mostrar. Pero ahora no cabía en sí.
Él nunca había sentido ese poder, magma ardiente que brotaba en su interior. Se asombraba cuando se sorprendió dando brincos de alegría. No era el hecho de tener ese coche nuevo el responsable de la fogata que prendió allá dentro. Era que se había propuesto algo, en otro tiempo inaccesible y que a base de peldaños de ilusión, en muchas ocasiones contracorriente, a partir de ahora formaría parte de su cotidianeidad.
Él se despidió del auto anterior. Le agradecía sus 14 años compartidos y las sendas desbrozadas en su compañía. Le dijo adiós al color gris metalizado. El nuevo automóvil era rojo y solo con verlo la sangre le fluía juguetona y contenta.
Él se permitió gozar de lo que llegaba y despedir lo que se iba con la serenidad y lucidez de que aunque, de algún modo, todo queda, de otro que cobra cada vez más presencia, todo pasa. Recordó unas líneas de Sándor Márai en "La mujer justa" que reflejaban a la perfección lo que llevaba años barruntando y desde meses atrás se había convertido en una certeza. Decía uno de los protagonistas “Hay una ordenación invisible en la Vida: cuando la situación requiere que se lleve a cabo algo determinado, las circunstancias se convierten en cómplices, sí, e incluso el lugar y los objetos, y las personas cercanas se ponen en connivencia inconsciente con la situación…..Cuando quiere crear algo, la vida realiza escenificaciones perfectas”.
Él se comprometió consigo mismo a diseñar las escenificaciones perfectas por las que su deseo deseara circular. Metió primera y empezó a conducir, empezó a conducirse. Buena semana.