domingo, 26 de agosto de 2018

Nº 52. ESCENIFICACIONES PERFECTAS



Él tenía en sus manos los papeles que certificaban que el vehículo, tanto tiempo anhelado, era suyo. Sentía una profunda satisfacción al comprobar que las cifras y letras de aquellos folios eran su pasaporte para la felicidad.
Él no podía cerrar la boca. La sonrisa se le desbordaba en el gesto, como escapista con pericia. Se sentía grande, alto, fuerte, capaz y por encima de todo, tenía unas ganas incontrolables de reír.
Él estaba entusiasmado. Dentro de sí había prendido una potente llama que le garantizaba la llegada al reino de lo imposible. No es que le gustara el histrionismo; bien al contrario prefería pasar desapercibido y dejar el protagonismo para quienes preferían mostrar. Pero ahora no cabía en sí.
Él nunca había sentido ese poder, magma ardiente que brotaba en su interior. Se asombraba cuando se sorprendió dando brincos de alegría. No era el hecho de tener ese coche nuevo el responsable de la fogata que prendió allá dentro. Era que se había propuesto algo, en otro tiempo inaccesible y que a base de peldaños de ilusión, en muchas ocasiones contracorriente, a partir de ahora formaría parte de su cotidianeidad.
Él se despidió del auto anterior. Le agradecía sus 14 años compartidos y las sendas desbrozadas en su compañía. Le dijo adiós al color gris metalizado. El nuevo automóvil era rojo y solo con verlo la sangre le fluía juguetona y contenta.
Él se permitió gozar de lo que llegaba y despedir lo que se iba con la serenidad y lucidez de que aunque, de algún modo, todo queda, de otro que cobra cada vez más presencia, todo pasa. Recordó unas líneas de Sándor Márai en "La mujer justa" que reflejaban a la perfección lo que llevaba años barruntando y desde meses atrás se había convertido en una certeza. Decía uno de los protagonistas “Hay una ordenación invisible en la Vida: cuando la situación requiere que se lleve a cabo algo determinado, las circunstancias se convierten en cómplices, sí, e incluso el lugar y los objetos, y las personas cercanas se ponen en connivencia inconsciente con la situación…..Cuando quiere crear algo, la vida realiza escenificaciones perfectas”.
Él se comprometió consigo mismo a diseñar las escenificaciones perfectas por las que su deseo deseara circular. Metió primera y empezó a conducir, empezó a conducirse. Buena semana.



domingo, 19 de agosto de 2018

Nº 51.EL ROSTRO RECIÉN NACIDO.


Ella contempló el rostro, recién nacido, sereno, dormido. Se diría que estaba haciendo acopio de fuerzas para la larga vida que se abría de par en par al compás de su respiración.
Ella estaba embobada ante esa carita arrugada que, con solo un día de vida, aunaba niñez y vejez, alfa y omega, en un gesto que parecía decir “esto es la vida”.
Ella apenas rozó sus pequeños dedos y  se maravilló ante todas las cosas que asirían, las caricias que darían; semejaban eslabones del puente que se extenderían en múltiples bifurcaciones y que le permitirían alcanzar la vida que deseara.
Ella percibió que los ojos, rayas bien delineadas mientras reinaba el sueño, se abrieron y aún, sin ver, lucían inteligentes.
Ella vivió unos de esos momentos en los que la vida muestra su cara más amable, cuando todo está por construir; la fundación del imperio de la ilusión, la instauración de la república del soñar, el establecimiento de la federación de los imposibles, tomando  forma de un cuerpo de 3 kilos y medio.
Ella se reflejaba en ese pequeño ser y se vivió en diminuta, como en el principio fue y recuperó la frescura de lo sencillo y la curiosidad ante un mundo por descubrir.
Ella, ese día, tras sumergirse en el mundo de lo pequeñito, emergió más grande. En su interior quedó la imagen de  la ternura hecha ínfimo semblante que le narraba utopías cálidas, bellas, perfumadas, sabrosas y armoniosas. Un mundo por construir en cada rostro recién nacido; ese que una vez fuimos aunque con frecuencia hemos relegado al olvido; pero que  pide ser reconocido, empeñado en trazar el camino hacia la felicidad. Buena semana.


domingo, 12 de agosto de 2018

Nº 50. LUGAR Y TIEMPO


Él miró la piedra menuda en forma de confite, de color blanquecino, con leves visajes dorados; sabía que era una calcificación de algas; sabía además que el pétreo caramelo se utilizaba para afilar los picos de las animales en la otrora popular pelea de gallo. 
Él paseó por aquel lugar costero, a diez minutos del bullicio de la ciudad. Era temprano, la marea estaba baja; el sol aún estaba tibio; el silencio solo era interrumpido por el viento que soplaba racheado.
Él contempló una acumulación de piedras; semejaba un muro a medio derruir; formaba parte de la desaparecida salina que abasteciera a gran parte del lugar hasta mediados del siglo pasado. No quedaba nada del pozo, el molino de viento, los canales de distribución; la pared, a duras penas en pie, era el último vestigio del pasado con textura salada.
Él inspiraba el aire fresco mirando el batir de las olas que, aun tímidas, empezaban a hacer acto de presencia. A su espalda había un yacimiento de los aborígenes cuya investigación estaba por concretar. Era un enigma la vida de los habitantes del lugar medio milenio atrás; la lejanía del espacio en relación al núcleo poblacional más cercano sugería que tal vez los ocupantes de aquellas cuevas fueran profesionales que en su quehacer laboral trataban con sangre o con muertos, los trasquilados, intocables según la tradición. Mirladores, enterradores, carniceros podrían haber contemplado ese mismo mar atados a un trabajo que les condenaba al ostracismo.
Él pensó en todos los enigmas por descubrir, en las posibles explicaciones del pasado presente y futuro. En lo que permanece y lo que cambia. En lo que está, aunque no estemos. En lo que estuvo aunque no estuvimos. Cerró los ojos y le vino a la mente una fotografía del pie de la montaña que quedaba a su derecha. Casi podía tocar la ingente cantidad de pescado que se secaba sobre las piedras y que a base de sol acompañaría como nutritivas jareas a pescadores y marineros en las largas y solitarias travesías. El recuerdo de la imagen, en blanco y negro, le hacía salivar como si masticara una tira del endurecido y canelo pescado.
Él anduvo por el yacimiento marino que mostraba el reinado fósil del Hemicycla saulcy, caracol que estuvo en aquel lugar pero en otro tiempo.
Él agradeció estar allí en ese tiempo. Y deseó estar en el tiempo por venir. Buena semana.


domingo, 5 de agosto de 2018

Nº 49. FAITA, FAITA..


Ella llegó a ese día como si hubiera transitado por un árido y desértico paraje. Tenía sed y estaba cansada.
Ella deseaba sentir el agua en su boca y la anticipaba fresca, casi fría, meandros que sortearían resecos rincones en forma de lengua, dientes y paladar petrificados.
Ella arribó a las costas de ese amanecer, exhausta, con el corazón hecho trizas pero aún latiendo.
Ella acudió a la cita con la aurora, ávida de que el cielo clareara la oscuridad, abriéndose paso por los resquicios de los muros tras los que su mente había quedado emparedada.
Ella había superado la barrera del dolor que, al trocar en nocturno, se expandía como sombra envolvente y siniestra.
Ella, al rayar el alba, abandonó el lecho insomne sin volver la vista sobre una orografía abrupta de sábanas y almohadas retorcidas
Ella, al fin, despuntó, como el día que principiaba. Había reunido el valor para traspasar la negrura. Le acompañaban en esta aventura sus ancestras, cuyos rostros serenos reflejaban un futuro exitoso; le acompañaban en esta aventura sus ancestros, cuyas miradas comprensivas le hablaban del poder de la vida. El mensaje procedía de una lengua surgida de la piel profunda, de otra época, que retornaba para insuflarle el coraje necesario para seguir adelante.
Ella blanqueó sus pesares con aquel vocablo exótico, aunque cercano , faita , que era lo mismo que gritar arriba d’ ellos , ten valor, confía en ti. Lo repitió hasta que cada una de sus células se transformó en coselete contra el miedo. Y el mundo, lúcido y templado, amaneció. Y ella también. Buena semana.