Ella llegó a ese día como si hubiera transitado por un árido y desértico paraje. Tenía sed y estaba cansada.
Ella deseaba sentir el agua en su boca y la anticipaba fresca, casi fría, meandros que sortearían resecos rincones en forma de lengua, dientes y paladar petrificados.
Ella arribó a las costas de ese amanecer, exhausta, con el corazón hecho trizas pero aún latiendo.
Ella acudió a la cita con la aurora, ávida de que el cielo clareara la oscuridad, abriéndose paso por los resquicios de los muros tras los que su mente había quedado emparedada.
Ella había superado la barrera del dolor que, al trocar en nocturno, se expandía como sombra envolvente y siniestra.
Ella, al rayar el alba, abandonó el lecho insomne sin volver la vista sobre una orografía abrupta de sábanas y almohadas retorcidas
Ella, al fin, despuntó, como el día que principiaba. Había reunido el valor para traspasar la negrura. Le acompañaban en esta aventura sus ancestras, cuyos rostros serenos reflejaban un futuro exitoso; le acompañaban en esta aventura sus ancestros, cuyas miradas comprensivas le hablaban del poder de la vida. El mensaje procedía de una lengua surgida de la piel profunda, de otra época, que retornaba para insuflarle el coraje necesario para seguir adelante.
Ella blanqueó sus pesares con aquel vocablo exótico, aunque cercano , faita , que era lo mismo que gritar arriba d’ ellos , ten valor, confía en ti. Lo repitió hasta que cada una de sus células se transformó en coselete contra el miedo. Y el mundo, lúcido y templado, amaneció. Y ella también. Buena semana.
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