Él
estaba en medio del atasco que había
terminado por incluirse en la rutina que le llevaba al trabajo y le traía de vuelta a casa. Cada día
laborable tenía doble ración de parar, avanzar poquito y cambiar de carril ya
fuera a la derecha o a la izquierda, siempre que hubiera una promesa de avance
en el lento y tedioso discurrir. Y mientras tanto, amanecía cuando el viaje era
de ida y anochecía cuando era de vuelta.
Él
estaba agobiado de tanto coche, tanta tensión (hubiera accidente o no) y
ansiaba encontrarse en un paisaje remoto, sin tanta complejidad.
Él
fantaseaba cuando el estío le hastiaba; entonces, ansiaba
estar en un paisaje nevado, al abrigo de una buena estufa, esquiando,
abrazado por un refrescante manto blanco. Cuando era el invierno el motivo de
su angustia, anhelaba con todas sus fuerzas el calor del desierto, la sencillez
del paisaje arenoso, el cielo que de tan azul, dolía a la vista. La fantasía
era su diversión, única diversión.
Él era
un hombre de extremos
Él
habitaba en la exageración.
Él
tenía una manera de hablar que circulaba
por las autopistas, las carreteras secundarias y los caminos de tierra de las hipérboles. El término medio le sugería
mediocridad. Las generalizaciones defectuosas e inflexibles constituían el
andamiaje de su existencia.
Él, a
pesar del supuesto deseo, no había visitado paisaje nevado o desértico alguno. Desconocía
que la realidad es apariencia que requiere interpretación. Ignoraba que él vocablo nieve en su boca, era un racimo de
cuarenta términos en el decir esquimal; no era consciente que al mirar el
desierto, donde él veía dunas de arena el pueblo tuareg veía otras muchas
cosas.
Él
estaba en medio de un atasco. No solo de tráfico. Buena semana.
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