domingo, 17 de febrero de 2019

Nº // INTOLERANCIA A LA FRUCTOSA

Ella estaba a punto de acabar su jornada. Había estado todo el día limpia que te limpia en aquella casa de protección oficial de 60 metros cuadrados. ¡Qué trabajosos eran esos hombres! Eran desordenados a mas no poder. Y ella no daba avío. Siete bocas para las que cocinar limpiar y lavar.A pesar de todo, menos mal que tenía ese trabajo con el que poder ir tirando.
Ella empezaba el día atravesando el descampado, conocido como el bosque, aunque la vegetación brillaba por su ausencia. Debía ser que floreció en el pasado. En caso contrario, la explicación de dicho nombre solo podría deberse a una creatividad distraída. Pero como trabajaba en la periferia no le quedaba otra que andar y andar para llenar el cesto diario con el que preparar la comida de aquellos hombres que habían optado por compartir piso, dado que los alquileres estaban por las nubes. Así podían pagarle un sueldo a ella.
.Ella sentía que el único momento que le reconfortaba era cuando en medio del fregao se lanzaba a cantar canciones de Rozalén. Sentía especial querencia por Me arrepiento, que repetía una y otra vez al tiempo que el orden emergía de entre las ropas tiradas por doquier, la vajilla sucia, alongada en el fregadero y el polvo trocado en epidermis de muebles .Todo gracias a su bueno pero efímero hacer que avanzaba a golpe de cepillo, fregona y demás útiles de limpieza.
Ella sentía que su vida necesitaba cambiar en muchas cosas. No solo en el trabajo que le hacía dar con sus pies en aquella casa donde se dejaba la vida por un sueldo miserable. ¡Pero qué se le iba a ser! .No tenía preparación para hacer otra cosa. Por ahora. 
Ella sabía que su familia no se lo había puesto fácil. Pero lejos del rencor, practicaba un desapego inteligente, ocupada como estaba en salir adelante. Desde que tuvo consciencia de su nombre, comprendió que sus progenitores no habían estado muy finos en la elección del mismo. Claramente era redundante y discordante : Blancanieves. Claro que la tradición familiar, hasta donde ella sabía, había sido muy dada al pleonasmo. Su madre había fallecido exageradamente antes de tiempo, en su nacimiento y la sombra alargada de su recuerdo poblaba sus peores sueños, de los que se despertaba, agotada preguntándose quién era; su padre volvió a casarse pero sería lo que el lenguaje políticamente correcto, definía como padre ausente, al que amaba pero con el que no podía contar (cosas, otra vez, del histrionismo); y su madrasta carecía de la visión panorámica, más propio de la adolescencia que de la madurez, quedándole grande el papel de madre, para el que, por otra parte, no tenía vocación. Prefería hablar con un espejo lo que con el correr de los años, le proporcionó una estupenda dicción.
Ella sabía cuál había sido su porción de dolor en el reparto vital. Pero aun así luchaba por salir adelante. Una vez se enamoró de quién le parecía un príncipe, pero él, rey del monosílabo, desapareció sin explicación, en modo sapo.
Ella, optimista empedernida, se consolaba con la idea de que al menos tenía salud. Y así confiaba en que algún día cambiaría las cosas para bien.
Ella , esa mañana, se paró en el puesto del mercado donde estaban expuestas unas relucientes manzanas fuji. Parecían tan apetitosas y brillaban tanto que estuvo a punto de caer en la tentación. Afortunadamente tenía muy claro que era intolerante a la fructosa. No quería recordar aquella vez que, en ese mismo puesto de la plaza, mordió una manzana similar a las que contemplaba. Fue un visto y no visto. ¡Cómo que la cosa terminó en desmayo! .Desde entonces, se alejó de esa dulce toxicidad , comprendiendo otros malestares y dolores pasados. Desde entonces ha aprendido que la vitamina A, C y la fibra, puede conseguirlas de otras formas más saludables. Desde entonces, las cosas cambiaron para mejor. Buena semana.

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