Ella abrochó con eficacia el cinturón de seguridad según
se acomodó en el asiento del avión, en el que permanecería las próximas tres horas. A
su izquierda, quedaba la ventanilla. A
su derecha, se sentó un hombre de
mediana edad, tez morena y con un portátil que, desde que concluyera el
despegue, acaparó toda la atención de su
propietario.
Ella supuso que su compañero de viaje tendría un trabajo
ejecutivo de cierto calado a juzgar por la seriedad con la que tecleaba de continuo
en el folio virtual que pronto dejó de ser inmaculado.
Ella saludó empleando las
palabras de rigor que se resumían en el vocablo
cordial, cuando se produjo el fugaz contacto visual. Después, el total desconocimiento de alguien con el que
compartiría el espacio en un trayecto vital,
en este caso fortuito, codo con codo.
Ella se quedó rumiando la paradoja que igualaba cercanía
y lejanía en la mayor parte de las relaciones humanas haciendo trizas la tríada
temporal: pasado, presente y futuro.
Ella pensó en aquellos momentos en los que los recuerdos
trocaban en restos desenterrados por la arqueología emocional y lucían lustrosos
en las vitrinas que el corazón ofrecía y en las que quedaba atrapado. En estas
ocasiones, lo cotidiano no llegaba ni
siquiera a silueta y la vida era una eterna involución a ninguna parte.
Ella también recuperó aquellas situaciones en las que el
devenir plantaba banderas y estandartes como señuelo que perseguir, en una
carrera perpetua cuya meta siempre quedaba tras la próxima curva.
Ella regresando al presente se dijo que era un prodigio
que nuestra mente y nuestro corazón ocuparan el espacio actual, cual tronco robusto,
agradecido a las raíces que llegaron del pasado para vitalizar el ahora; cual tallo
firme, sostén de las ramas, flores y
frutos del porvenir. Sin más. Lo sencillo se había vuelto complejo.
Ella comprendió que en la segunda decena del segundo
milenio, las prisas apresaban. Las
sensaciones ocupaban el lugar del sentido, la acción el de la reflexión y lo
efímero, reinando en las procelosas
aguas de la incertidumbre, devoraba sin
digerir.
Ella, a punto de aterrizar en su destino, contempló los
diez centímetros de distancia que le separaban del ocupante contiguo y sonrió
pensando que la cercanía y la lejanía no
eran cuestiones exclusivamente matemáticas. Buena semana.