El pequeño rasgó el sobre sorpresa con la ilusión
maquillándole el rostro. La expectación se aderezaba con gotitas alegres de
saliva y una risa nerviosa, chasquido de lengua incluido. No podía cerrar la
boca, ni dejar de emitir sonidos estridentes .Los ojos buscaban otra frontera
allende las órbitas, El olor a lavanda perfumaba el momento. Las manos,
pequeñas y expectantes, se apresuraban a desvestir el regalo sin otra brújula
que la curiosidad. Escuchaba su corazón latir. Era domingo. Hacía sol. Era un
momento feliz.
El recuerdo se le pegó por dentro y durante décadas erró el rumbo y se perdió.
De adulto construyó una vida de rutinas marcadas, exclusivamente, por el deber, que le pintó arrugas entristecidas en el ceño. El estatus que saboreaba alejó la lluvia fresca de su boca y la volvió páramo extenso, amargo y silencioso. Los párpados fueron cayendo, cada vez más pesados y le costaba tanto mirar que terminó por no querer ver lo que tenía delante. Envuelto en un aire contaminado desarrolló alergias variopintas que le hacían temer el cambio, en general y el de estación, en particular.. Las manos se especializaron en firmar documentos importantes que engordaban su patrimonio. Asistía a la ópera como parte de su aséptica y poco escéptica vida social pero no logró sentirse atrapado por la pasión que se desbordaba en el escenario. El sístole y el diástole de su corazón le producían indiferencia ya fuera lunes o domingo. Se vivía en una eterna y asfixiante panza de burro.
Y cuando su vida parecía la estricta regla confirmada por la excepción el recuerdo encontró la salida del laberinto del dolor. Y él se halló. Y disfrutó con avidez de la ilusión, la risa, las pupilas despiertas, el olor a lavanda y la sorpresa de un cuerpo femenino que desvestía sin otra brújula que la curiosidad. Atesoró latidos, propios y ajenos; atesoró domingos soleados; atesoró momentos felices sabedor de que en la vida todo puede pasar. Y pasa.Buena semana.
De adulto construyó una vida de rutinas marcadas, exclusivamente, por el deber, que le pintó arrugas entristecidas en el ceño. El estatus que saboreaba alejó la lluvia fresca de su boca y la volvió páramo extenso, amargo y silencioso. Los párpados fueron cayendo, cada vez más pesados y le costaba tanto mirar que terminó por no querer ver lo que tenía delante. Envuelto en un aire contaminado desarrolló alergias variopintas que le hacían temer el cambio, en general y el de estación, en particular.. Las manos se especializaron en firmar documentos importantes que engordaban su patrimonio. Asistía a la ópera como parte de su aséptica y poco escéptica vida social pero no logró sentirse atrapado por la pasión que se desbordaba en el escenario. El sístole y el diástole de su corazón le producían indiferencia ya fuera lunes o domingo. Se vivía en una eterna y asfixiante panza de burro.
Y cuando su vida parecía la estricta regla confirmada por la excepción el recuerdo encontró la salida del laberinto del dolor. Y él se halló. Y disfrutó con avidez de la ilusión, la risa, las pupilas despiertas, el olor a lavanda y la sorpresa de un cuerpo femenino que desvestía sin otra brújula que la curiosidad. Atesoró latidos, propios y ajenos; atesoró domingos soleados; atesoró momentos felices sabedor de que en la vida todo puede pasar. Y pasa.Buena semana.
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