Pequeñas gotas pendían de las vistosas buganvillas.. Sus hojas, trémulas, pintaban el matutino paseo de Mar con tonalidades festivas .Era uno de los placeres que su mente unía a la época estival, varias semanas de vacaciones en las que la rutina que ordenaba su vida brillaba por su ausencia y ella, haciendo honor a su nombre, se volvía hacia la inmensidad salada.
Mar era una persona alegre. No hacia concesión a la tristeza; tampoco la esquivaba cuando aparecía, necesaria aunque temporal, para acompañar en las pérdidas de distinto calibre que, como a toda hija de buen, regular y mal vecino, requería de un duelo de duración y sutura variadas.
A Mar le gustaba observar la arena de la playa de su ciudad natal. Esas partículas que conformaban un natural pavimento en su andar costero tenía escondidos, a su juicio, innumerables enigmas que estimulaban su imaginación.
Mar pensaba que era imposible saber cuántas huellas, otrora pisadas efímeras, habrían habitado aquella alfombra rubia voluble. Se le antojaba como una caja negra que atesorara el devenir humano: a veces pausado, otras, raudo; a veces profundo, otras, superficial. Ensimismada como estaba, tomó un puñado de arena y la deslizó por sus dedos sin más finalidad que la de disfrutar de su textura. Soñadora, reconstruía el pasado lejano de su paisaje presente ,cuando gigantescas montañas se erigían, altivas, sin sospechar que, en un futuro inconcebible quedarían reducidas a partículas diminutas, dispersas por el viento, aniquilando todo prestigio de su pasado glorioso. De escarpada monumentalidad el paraje habría tocado en suelo romo.
Mar se enamoró apasionadamente en cinco ocasiones y media., contando la que protagonizaba en ese momento y que prefería concebirla sin concluir, en un hábil regateo al desamor a fin de empatar una prórroga con otra.
Mar se metió en el mar. En su nadar no le importa nada. Cuando estaba en el agua, sentía que habitaba el vientre materno y en su familiar protección, se movía en todas las direcciones, en armonía.
Mar tiene alma de pez. Fiel a su naturaleza, cada vez que puede se escapa al litoral. En el agua se vuelve líquida en un mundo cada vez menos sólido. Buena semana.
Mar era una persona alegre. No hacia concesión a la tristeza; tampoco la esquivaba cuando aparecía, necesaria aunque temporal, para acompañar en las pérdidas de distinto calibre que, como a toda hija de buen, regular y mal vecino, requería de un duelo de duración y sutura variadas.
A Mar le gustaba observar la arena de la playa de su ciudad natal. Esas partículas que conformaban un natural pavimento en su andar costero tenía escondidos, a su juicio, innumerables enigmas que estimulaban su imaginación.
Mar pensaba que era imposible saber cuántas huellas, otrora pisadas efímeras, habrían habitado aquella alfombra rubia voluble. Se le antojaba como una caja negra que atesorara el devenir humano: a veces pausado, otras, raudo; a veces profundo, otras, superficial. Ensimismada como estaba, tomó un puñado de arena y la deslizó por sus dedos sin más finalidad que la de disfrutar de su textura. Soñadora, reconstruía el pasado lejano de su paisaje presente ,cuando gigantescas montañas se erigían, altivas, sin sospechar que, en un futuro inconcebible quedarían reducidas a partículas diminutas, dispersas por el viento, aniquilando todo prestigio de su pasado glorioso. De escarpada monumentalidad el paraje habría tocado en suelo romo.
Mar se enamoró apasionadamente en cinco ocasiones y media., contando la que protagonizaba en ese momento y que prefería concebirla sin concluir, en un hábil regateo al desamor a fin de empatar una prórroga con otra.
Mar se metió en el mar. En su nadar no le importa nada. Cuando estaba en el agua, sentía que habitaba el vientre materno y en su familiar protección, se movía en todas las direcciones, en armonía.
Mar tiene alma de pez. Fiel a su naturaleza, cada vez que puede se escapa al litoral. En el agua se vuelve líquida en un mundo cada vez menos sólido. Buena semana.
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