Aquel anticipo otoñal arrastró consigo un sabor salado
que, naciendo en la costa, trepó hasta el quinto piso del recién construido
edificio urbano, en un lugar sin mar. Allí habitaba Ernesto. En los recovecos
de su boca se instaló el recuerdo de un cuerpo, inevitablemente, salado. Sintió
la saliva acudir presurosa e inundar la morada del decir. En unos segundos, su
rostro era sal. Lloraba. Echaba de menos a quien fue su amor aunque en su vida
actual estaba de más. Sabía que no volverían a encontrarse. Y que poco a poco vendría
su deconstrucción para construir su recuerdo. A pesar de que sabía muchas cosas,
algunas verdaderas, lloraba. O tal vez lo hiciera precisamente por ello. Mañana
sería otro día y este instante líquido correría olvido abajo. Pero ahora era el
momento de la pasión del desamor como colofón al amor apasionado vivido.
Después se despejó el cielo cubierto, emprendió
furtiva huida el salitre de la añoranza y Ernesto encendió el ventilador
para combatir el hastío agobiante de un estío en el que aquel anticipo otoñal
arrastró consigo un sabor salado.. Buena semana
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