domingo, 24 de septiembre de 2017

N 4. EL VÍNCULO


Él no conoció a su padre. De pequeño esas cinco letras así ordenadas eran solo una palabra que apenas se atrevía a pronunciar. En su infancia se acostumbró a la incomodidad de presenciar escenas y conversaciones en las que otros niños compartían juegos con su progenitor o contaban historias de complicidad con su papá. Y aprendió a leer en el rostro de su madre la escritura del dolor con una pésima traducción al idioma del amor. 
Él creció y se hizo un hombre. Y cierto día comprendió. Llegó el fin de su búsqueda encontrando el tesoro que tanto había ansiado. Llegó el momento en que su mente y su corazón aceptaron que no es lo mismo relación que vínculo. Y se pudo explicar la ansiedad que experimentara cada vez que iniciara una relación que deseaba fuera vinculante y sobre todo que no le abandonara. Y se pudo explicar el desasosiego que experimentara cada vez que se acabara una relación que negaba la satisfacción de su deseo y le dejaba tirado en la cuneta.
Él agradeció la presencia de su padre en el momento preciso para que él pudiera ser. Y aún sin saber de su rostro, pudo reconocerse en él. Y sintió una complacencia profunda. Y disolvió los años de soledad infinita al percibir que la fuerza de la vida le empujaba convirtiéndole en la punta de una flecha guiada por las generaciones anteriores, cuyas caras conocidas o anónimas le impulsaban hacia delante.
Él está en el paritorio y se ve reflejado en el bebé que reposa sobre un vientre felizmente recién deshinchado. Toma una manita del peque y le da la bienvenida. Él sabe que, presente o ausente, a partir de ahora formará parte de la comitiva que convergerá en una punta de flecha que lleva los rasgos de su hijo. Buena semana.

domingo, 17 de septiembre de 2017

N 3. LUGAR QUE OCUPA

Ella está cansada de rellenar tantos cuestionarios. Si las nuevas tecnologías son tan eficaces como se publicita, no comprende que haya que repetir los mismos datos una y otra vez. Había oído decir que estamos bajo el control total de un grupo de personas que a golpe de clic construyen y lo que es peor, deconstruyen cuanta vida se menea. Pero ella no es proclive a las conspiraciones. De hecho, si padeciera algún rasgo patológico no sería la paranoia. Considera poco probable que la humanidad no tenga otra prioridad que la de realizar un concienzudo seguimiento de su andar. Incluso a pequeña escala desestima la posibilidad de que en su entorno social o laboral fuera objeto de atención preferente. Tal vez, el hecho de que ocuparse de su vida le consuma casi todas su energía, contribuya a ese desapego, inteligente o torpe, pero distanciamiento real al fin y al cabo. Por esto mismo le cuesta comprender el derroche de creatividad de quienes activaban el modo GPS para registrar el movimiento de sus semejantes.

Ella se arma de paciencia y se centra en el folio que, trocado en escalpelo, hurga en sus raíces, tronco y ramas. Veinte minutos más tarde entrega su vida en datos cualitativos y cuantitativos experimentando un cierto desasosiego, como si aquella hoja de apariencia inocente en realidad fuera una ventana indiscreta que diera acceso a su intimidad. Seis años lleva estudiando en el mismo centro y cada inicio de curso el mismo ritual: descomponerse en qué, dónde, cuándo cuánto y demás interrogantes que se supone otorga a la mirada lectora las claves para conocerla. En fin, ella tiene una duda razonable de la efectividad del medio pero no será quién genere polémica. Así, conciliadora con la burocracia, cumple con la tarea propia de un amanuense; afortunadamente al ser hija única, en lo que respecta a la cantidad de hermanos, varones o hembras y el lugar que ocupa., lo tuvo fácil. Solo contesta “  un piso de 60 metros cuadrados”. Buena semana.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Nº 2. LA RANA


-¡Vaya día, por Dios! – soltó mientras se descalzaba tras una jornada abrumadora. Se detuvo en esta palabra recién pensada: abrumadora. Realmente se sentía así, como si una niebla espesa le impidiera discernir lo que estaba a su alrededor; y en cuanto a lo lejano, mejor no mentarlo. 
- Más vale que descanse porque tengo la impresión de que la cabeza me va a explotar y temo que salpique para todos los lados.- concluyó
Preparó algo de comer pues nunca se iba a la cama sin haber tomado algo, por ligero que fuera. Hoy cenaría solo ya que su pareja estaba de viaje. Regresaría al día siguiente. Había partido el día anterior. En este momento echaba en falta su charla pero sobre todo su olor. No era ninguna fragancia comercial, sino un aroma que le hacía saber que estaba en casa; incluso tras practicar deporte o sexo, artes a las que se entregaban con placentera disciplina, el cuerpo de ella dejaba un rastro de perfume exclusivo y había un no sé qué en el aire, que le hacía sentirse en paz.
Sentado a la mesa, oyendo la radio, se dispuso a dar buena cuenta de la crema de calabaza; aquella que, con la batata, la nata, la sal y la pimienta, le daba una tregua a sus perennes contiendas donde el enemigo a batir era él mismo.
Mecánicamente dirigió la vista a la pared en la que, atento, un reloj de diseño marcaba la hora. Un poco más abajo se encontraba la foto entrañable de un niño arropado por unos robustos brazos. Eran él y su padre en una alegre foto que, décadas atrás fijara un pintoresco minutero que de paso por la plaza de su pueblo natal, le hacía viajar a la parte noble de sus recuerdos. Por eso ocupaba un lugar privilegiado junto al estilizado contador de tiempo. No había fijado la mirada en la imagen enmarcada cuando paró el gesto, perplejo. Parpadeó una y otra vez. Se levantó y sigiloso se acercó hasta la pared para tomar el cuadro desde el que una rana sonriente le saludaba divertida. Le dio vueltas al artilugio, desmontó cristal y tapa trasera mientras su asombro aumentaba en progresión geométrica.
- ¿Y esta rana?, ¿Qué coño es!- Volvió a su asiento y desde la neutra mesa del comedor , el rostro del batracio seguía manteniendo su expresión juguetona.
Ni la crema de calabaza, otrora tan reparadora y apetecible, pudo reducir el nivel de ansiedad que se fue apoderando de su cabeza y que se asentó en su pecho hasta que perdió el conocimiento. De camino al hospital murmuraba algo que para los sanitarios que le atendieron resultaba ininteligible… algo que sonaba como “la rana, la rana” .Mientras lo transportaban en la ambulancia, comentaban entre ellos que el paciente tenía toda la pinta de ser uno de esos que viven para trabajar hasta que su cuerpo dice “basta”. En ese momento, el móvil desde el que el enfermo pudo contactar con los servicios de urgencias y que ahora guardaba un vecino cercano, recibió un mensaje de voz en su whatsapp; una fémina confesaba que le había cambiado la foto de su infancia por la de una rana bajada de internet tras una conversación, envite incluido, en el trabajo sobre lo que cuesta darnos cuenta de lo que cambia a nuestro alrededor. Continuaba la mujer hecha voz que, al no haberle comentado nada él hasta el momento, ella había perdido la apuesta en la que pujara por la capacidad de percepción de su pareja. El mensaje acababa con un reproche cariñoso, acompañado de tres emoticonos amorosos. Buena semana.



domingo, 3 de septiembre de 2017

Nº 1. EL GRITO ANIMAL


Aún estaba tibio el lecho. La luz de la mañana caía en perpendicular sobre un ángulo de la parte inferior de la cama,  aquel en el que la sábana bajera, rebelde, se había desprendido de su agarre.
El aire se volvió silencio contenido.
Ella tomó  la encimera, que  pocos minutos antes arropara el cuerpo, ahora ausente. Y la estrujó. Se acostó apretando contra su pecho la tela arrugada. Y su cuerpo se acomodó en la posición fetal. Y comenzó un llanto de una intensidad inenarrable que trocó en un potente quejido sonoro. Estuvo así un tiempo cuya duración no podría precisar pero que la hizo sentir como una cría que  destetaran. Y lloró. Sintió la pérdida de un cordón umbilical inmaterial, atemporal, inasible. Y chilló. En su garganta afloraron millones de años de vida animal. El instinto hecho dolor. La aflicción devenida en desgarro. La vida pataleando.
El aire se volvió silencio agradecido.
Ella cesó en su lloro. De su boca brotaron palabras que la agasajaron, calmando desde la humanidad el padecer animal. Su corazón habló aunque las palabras salieran de sus labios.
“Gracias, mamá por la vida que me diste. La acepto y haré algo bueno con ella”.
El aire se volvió agradecimiento y serenidad.
Ella se levantó. Sintió que en cada momento en que se comprometiera con la vida, allí encontraría a su madre. Y sintió una inmensa paz.

Buena semana