Ella levantó la tapa del antiguo baúl y una
nube de polvo se elevó hacia las alturas de aquel amplio desván.
Ella inició un concierto cuya directora de orquesta fue, en esta ocasión, la sinusitis. Se sucedieron los estornudos, el moqueo, los ojos enrojecidos a punto de la lágrima y la tos.
Ella sintió cómo su boca se convertía en una caja de resonancia. El paladar se volvió muro de las lamentaciones contra el que chocaba la alergia trocada en sonoro empuje. Los cachetes se inflaron como sopladeras de efímero esplendor y el rostro se borró, suplantado por una mueca, ora expresionista, ora picasiana.
Ella se enfrentó a ese momento en el que la intuición la envolvía. No era novedad su aparición pero sí su intensidad. Lo reconocía cada vez que la comida era deliciosamente picante; cuando la caricia de él inauguraba el día, dejando obsoleta toda alarma habida y por haber; en esos momentos en los que era consciente que principiaba un nuevo rumbo en su trayectoria vital...
Ella usaba la razón. Le concedía el valor relativo a la organización de lo que, sí o sí, habría de quedar registrado dentro del estrecho marco del orden. Era el instrumento ideal para la burocracia del día a día. Por ello no esperaba calidez fuera del estricto margen de la eficacia per se.
Ella usaba la intuición. Era el espejo en el que daba su mejor perfil sin tener que recurrir a maquillajes físicos o virtuales. Le bastaba con escuchar el latido de su corazón hasta que con la más genuina de las sonrisas comprendiera lo que debería y quería hacer.
Ella había recibido como parte de una herencia un arcón de tea en el que iba a descubrir las idas y venidas de un pariente lejano. Causas y azares se entretejieron para que la heredera estuviera a punto de iniciar un viaje apasionante por las raíces familiares. Periplo del que sabía que volvería fortalecida, lúcida y agradecida.
Ella miró dentro del arca y los objetos que contempló le hablaron; habría de empezar por leer la historia de aquel hombre casi desconocido, al que le unía lazos de sangre, acontecida décadas antes de su nacimiento; habría de poner en hora un pequeño reloj de metal que se había detenido en las diez y diez; habría de desentrañar el significado de aquella piedra de un azul espectacular que parecía tener mucho que contar; habría tanto por conocer, tanto por hacer….
Ella avistaba un mundo donde la creatividad pasada presente y futura se hicieran una. Lo intuía. Y estornudó. Buena semana.
Ella inició un concierto cuya directora de orquesta fue, en esta ocasión, la sinusitis. Se sucedieron los estornudos, el moqueo, los ojos enrojecidos a punto de la lágrima y la tos.
Ella sintió cómo su boca se convertía en una caja de resonancia. El paladar se volvió muro de las lamentaciones contra el que chocaba la alergia trocada en sonoro empuje. Los cachetes se inflaron como sopladeras de efímero esplendor y el rostro se borró, suplantado por una mueca, ora expresionista, ora picasiana.
Ella se enfrentó a ese momento en el que la intuición la envolvía. No era novedad su aparición pero sí su intensidad. Lo reconocía cada vez que la comida era deliciosamente picante; cuando la caricia de él inauguraba el día, dejando obsoleta toda alarma habida y por haber; en esos momentos en los que era consciente que principiaba un nuevo rumbo en su trayectoria vital...
Ella usaba la razón. Le concedía el valor relativo a la organización de lo que, sí o sí, habría de quedar registrado dentro del estrecho marco del orden. Era el instrumento ideal para la burocracia del día a día. Por ello no esperaba calidez fuera del estricto margen de la eficacia per se.
Ella usaba la intuición. Era el espejo en el que daba su mejor perfil sin tener que recurrir a maquillajes físicos o virtuales. Le bastaba con escuchar el latido de su corazón hasta que con la más genuina de las sonrisas comprendiera lo que debería y quería hacer.
Ella había recibido como parte de una herencia un arcón de tea en el que iba a descubrir las idas y venidas de un pariente lejano. Causas y azares se entretejieron para que la heredera estuviera a punto de iniciar un viaje apasionante por las raíces familiares. Periplo del que sabía que volvería fortalecida, lúcida y agradecida.
Ella miró dentro del arca y los objetos que contempló le hablaron; habría de empezar por leer la historia de aquel hombre casi desconocido, al que le unía lazos de sangre, acontecida décadas antes de su nacimiento; habría de poner en hora un pequeño reloj de metal que se había detenido en las diez y diez; habría de desentrañar el significado de aquella piedra de un azul espectacular que parecía tener mucho que contar; habría tanto por conocer, tanto por hacer….
Ella avistaba un mundo donde la creatividad pasada presente y futura se hicieran una. Lo intuía. Y estornudó. Buena semana.