domingo, 27 de mayo de 2018

Nº 39 LA INTUICIÓN


Ella levantó la tapa del antiguo baúl y una nube de polvo se elevó hacia las alturas de aquel amplio desván.
Ella inició un concierto cuya directora de orquesta fue, en esta ocasión, la sinusitis. Se sucedieron los estornudos, el moqueo, los ojos enrojecidos a punto de la lágrima y la tos.
Ella sintió cómo su boca se convertía en una caja de resonancia. El paladar se volvió muro de las lamentaciones contra el que chocaba la alergia trocada en sonoro empuje. Los cachetes se inflaron como sopladeras de efímero esplendor y el rostro se borró, suplantado por una mueca, ora expresionista, ora picasiana.
Ella se enfrentó a ese momento en el que la intuición la envolvía. No era novedad su aparición pero sí su intensidad. Lo reconocía cada vez que la comida era deliciosamente picante; cuando la caricia de él inauguraba el día, dejando obsoleta toda alarma habida y por haber; en esos momentos en los que era consciente que principiaba un nuevo rumbo en su trayectoria vital...
Ella usaba la razón. Le concedía el valor relativo a la organización de lo que, sí o sí, habría de quedar registrado dentro del estrecho marco del orden. Era el instrumento ideal para la burocracia del día a día. Por ello no esperaba calidez fuera del estricto margen de la eficacia per se.
Ella usaba la intuición. Era el espejo en el que daba su mejor perfil sin tener que recurrir a maquillajes físicos o virtuales. Le bastaba con escuchar el latido de su corazón hasta que con la más genuina de las sonrisas comprendiera lo que debería y quería hacer.
Ella había recibido como parte de una herencia un arcón de tea en el que iba a descubrir las idas y venidas de un pariente lejano. Causas y azares se entretejieron para que la heredera estuviera a punto de iniciar un viaje apasionante por las raíces familiares. Periplo del que sabía que volvería fortalecida, lúcida y agradecida.
Ella miró dentro del arca y los objetos que contempló le hablaron; habría de empezar por leer la historia de aquel hombre casi desconocido, al que le unía lazos de sangre, acontecida décadas antes de su nacimiento; habría de poner en hora un pequeño reloj de metal que se había detenido en las diez y diez; habría de desentrañar el significado de aquella piedra de un azul espectacular que parecía tener mucho que contar; habría tanto por conocer, tanto por hacer….
Ella avistaba un mundo donde la creatividad pasada presente y futura se hicieran una. Lo intuía. Y estornudó. Buena semana.




domingo, 20 de mayo de 2018

Nº 38 LA ALARGASCENCIA


Él llegó a la su casa y al poner los pies en el salón  sintió  un extraño chapoteo.
Convertido en involuntario marinero sin vocación ni atuendo adecuados para tal menester siguió el rastro líquido hasta que dio con el origen de aquel suelo acuoso, surgido mientras él y su familia estaban fuera del hogar, esto era, desde  cinco horas atrás.
Él se quedó parado ante la nevera trocada en níveo y extravagante  monolito adornado con imanes variopintos, recetas de cocina, calendario de impuestos municipales y dibujos  en modo Picasso infantil.
Él recordaba que no hacía más de seis años cuando trajeron el electrodoméstico en sustitución de otro más pequeño y que había durado quince años. Coincidió la compra con la incorporación a su nuevo, por entonces, trabajo, en el que había permanecido hasta el momento.
Él recordaba que el técnico, al retirar el objeto estropeado, comentó que ya no se hacían aparatos así. Con voz socarrona hablaba de que se construían  artefactos imprescindibles para la vida , con una fecha de caducidad que poco o nada tenía que ver con el uso o abuso que de ellos se hiciera. Poco después, rememoraba ahora, había conocido una expresión que, a su juicio, era diáfana expresión de la estupidez humana: la obsolescencia programada. O de la inteligencia distraída, según se mirara
Él comprendía que programar la vida útil de un objeto cuando la tecnología propiciaría innumerables resurrecciones, obedecía al ánimo de lucro sin tener en cuenta daños directos o colaterales, especialmente para el medioambiente.
Él, otrora,  había aprendido la palabra sostenibilidad que como eco eterno se repetía en toda conferencia internacional que intentara proteger el planeta del saqueo al que la desafección humana le estaba sometiendo. Y a colación de este término esperanzador se alumbró otro, que si bien prematuro en su nacimiento, crecía con gran fortaleza: la alargaescencia. Este canto al sentido común y solidario habría de encuadrarse en un orden social donde el consumo no implicara el derroche sino la apuesta por las segundas oportunidades en la que objeto y sujeto caminaran a la par.
Él se dispuso a secar el estanque improvisado en el que no hubo tiempo para que la vida surgiera. A golpe de  fregona absorbiendo el líquido ennegrecido, decidió que ya era hora de  colocar el valor de lo útil en el puesto que le correspondía; mientras el hielo derretido formaba conatos de microglaciares que  atenazaban sus pantorrillas, se sintió  como el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, momento en el que recordaría el día que su padre le llevó a conocer el hielo.
Él pensó que, a pesar de los pesares, quedaba la palabra, hablada o escrita, pensada o sentida, cuya  fecha de caducidad estaba, afortunadamente por descubrir.
Él, desde entonces,  se comprometió a retrasar el acta de defunción tanto como estuviera en su mano. Tal vez  un poco más. Buena semana.




domingo, 13 de mayo de 2018

Nº 37 EL INSTANTE

Ella depositó los envases en los contenedores de colores que prometían la resurrección en otros cuerpos, semejantes o diferentes de los actuales sin que el karma tuviera protagonismo alguno en otorgar otra oportunidad de vida. Plásticos, vidrios y cartón fueron colocados con sus iguales a la espera de un renacimiento donde la existencia establecía maridaje con la utilidad.
Ella, después, condujo satisfecha por haber distribuido lo que en su casa quedara relegado a la zona de  tránsito, embarque a otro destino, previsible pero aún desconocido. Los objetos habían agotado su tiempo y era el momento, para aquellos seres inertes y vacíos, de habitar en otras moradas a fin de conjugar el ostracismo que los convertían en desperdicios donde no tendrían precio ni tampoco valía.
Ella solía transformar el hogar con regularidad. Esta pasión por el cambio no era compartida por el resto de la familia que la tildaba de culo inquieto o ave sin nidar o gallina recién parida moviendo de sitio a sus gatitos.
Ella hacía oídos sordos a tales expresiones, consciente de que ese juntar palabras, como todo, tenía sus horas contadas. Igual ocurría con el apañar silencios, En ambos casos la eternidad pugnaba, protegida con el coselete de la desesperación, por hacerse hueco vestida con los ropajes de la importancia, la verdad, y la objetividad.
Ella andaba, buceaba, saltaba, intuyendo que bajo la apariencia de lo constante, lo único que, a su entender, permanecía, era el senderismo, cual funambulista, por el instante. Buena semana.






domingo, 6 de mayo de 2018

Nº 36 LA MITAD DE LA HISTORIA



Él giró su cabeza y vio descender una figura negra que fue a posarse en la rama más alta de un pino. Era uno de los treinta cuervos que quedaban en el lugar. Era un animal que tenía mala fama.
Él había visto un conejo muerto en el estrecho camino que transitaran, otrora, los carboneros en su cotidiano laborar, y que, en ese momento, había quedado relegado a la senda del olvido. El ave, todo vista y olfato se fue acercando a su alimento con la paciencia que da la sabiduría.
Él recordó el refrán que hablaba de no multiplicar esta especie de la familia de los ´córvidos, so pena de trocar, quien se dedicara a tal crianza, en involuntario Edipo. Afortunadamente también había una versión tautológica y divertida que solo informaba de que la familia crecería en diminutivo. Lo que tanto una como otra omitían era que la familia aumentaría a razón de tres a siete huevos azulados, cada vez, en febrero o en abril.
Él admiró el azabache de sus plumas que la creciente bruma iba ocultando. En su cabeza brotó como una erupción repentina la catarata de males adjudicados a tal avispado animal; esta lava incluía el ataque a cabritos, conejos y gazapos; el opíparo festín a base de huevos de codornices, frutas de los bosques, maíz de los sembrados y uvas de los viñedos; e incluso el robo, con premeditación y alevosía, de bocadillos a excursionistas de inteligencia distraída y de ropa y llaves a ingenuos turistas.
Él se alejó del lugar que pronto quedaría invadido por la oscuridad de la noche. Según avanzaba paso a paso se dijo que en esta ocasión, como suele ser habitual, faltaba la mitad de la historia. Se Imaginaba que quienes consideraban al cuervo una animal de mal vivir ignoraban que su existencia era un canto a la supervivencia donde venenos, en especial raticidas, el plomo de los perdigones alojados en cadáveres de conejos o palomas, los tendidos eléctricos o las aspas de los aerogeneradores y la falta de comida por la estabulación de los animales o el cierre de vertederos, eran pruebas fijas a sortear en su gimkana diaria.
Él se acercaba a lo que se conocía popularmente como la Ventana del Nublo , mientras el frío besaba de forma apasionada el rostro que no atinara a cubrir. En medio de la majestuosidad de aquel mirador natural realizó lo que consideró un acto de justicia, otorgando valor a la existencia del corvus corax canariensis. Talló con palabras, en su pensamiento, las virtudes de este ser despreciado por negro y ladrón (si bien considerado inteligente, lo que, paradójicamente, aumentaba su maldad) cual orfebre hiciera con el bello ónix antes de ser pulido. Así dio gracias por su incalculable labor como dispersador de semillas endémicas y limpiador de restos de animales muertos. Era la otra parte de la historia que al hacerse palabra (hablada o escrita) alumbraba la comprensión de un mundo en el que ni eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran. Buena semana.








martes, 1 de mayo de 2018

Nº 35 SILENCIOSO COMO UN NINJA



Ella no paraba de hablar. Deseaba guardar silencio pero no había forma de que su lengua se acallara. Había salido del mudo encierro; tiempo ha, casualidades tejidas a punto cruz con los hilos de colores políticos caídos en desgracia le habían condenado a varios años de presidio.
Ella firmó un contrato con la palabra hablada una vez traspasada la puerta metálica de alta seguridad que durante una década se convirtió en frontera inexpugnable. El pacto que se aprestó a rubricar era su manera de recuperarse de  un tiempo de silencio, en el que se había convertido en dura y seca mojama.
Ella se volvió palabra líquida. Ya no volvió a concebir la vida como parrilla candente avivada por verdugos solícitos; ya no pedía a los cielos o a los infiernos que la tostaran por el otro lado. Ya no ejecutaban los macabros funcionarios su petición por un siniestro sentido del orden.
Ella sintió, al recuperar el habla, que el desasosiego, silencioso como un ninja, se disolvía.
Ella no ansió más simetrías dolorosas. Concluyó su tiempo de silencio. Buena semana.