domingo, 28 de octubre de 2018

N 61. PLANTA AÉREA.

Ella buscaba sus raíces. Pero no encontraba tierra sobre la que arraigar.
Ella se sentía en el vacío. Necesita un asidero y lo necesitaba ya.
Ella se percibía como silueta apenas esbozada y los trazos poco definidos no lograban dibujar su perfil de manera clara.
Ella vivía, a pesar de todo, con todo y contra todo. Pero un día, se cansó de mirar siempre en la misma dirección y cambió su perspectiva. Descubrió, entonces, que existían las plantas aéreas, que no necesitaban tierra para crecer y que, algunas se especializaban en aprovechar la lluvia horizontal.
Ella, entonces, sacó para afuera toda la riqueza que portaba en su interior y que, cerrada bajo siete candados, era existencia invisible  en su pensamiento.
Ella cambió la mirada. Ya no estaba aterrorizada ante el error, ni se disculpaba en tono suplicante. Al contrario, persistía en el intento, una y otra vez, sabedora de que el fracaso en la repetición fraguaba el éxito de la empresa. Y cuando pedía perdón ante lo acontecido o por acontecer, comprendía lo sencillo que era vivir en paz, haciendo lo que se pueda y queriendo lo que se haga.
Ella, planta en el aire, aprendió a volar y en su viaje descubrió otras plantas, otros paisajes en los que se reconocía con la distancia suficiente para celebrar la raíz común pero sin perder su identidad.
Ella decidía cómo crecer, aprovechaba los recursos a su alrededor, devolvía  el doble de lo bueno que recibía: Y mecida por el viento se apartaba, elegantemente, de quienes la tildaban, peyorativamente, de colgada. Solo porque era una planta aérea. Buena semana.


domingo, 21 de octubre de 2018

N 60. LA ALJABA



Él terminó de empaquetar las calabazas de rasgos siniestros  pero festivos. Una caja más y a por la siguiente. Desde hacía una  década el interés por la celebración foránea de Halloween había crecido en la pequeña ciudad que interpretaba este rasgo como símbolo de progreso.
Él sentía indiferencia hacia la figura vegetal anaranjada que parecía burlarse de cuantos la exhibían en casas y jardines, se suponía que en recuerdo de lo efímero de la vida y como puente para seguir avanzando en el delicado trayecto del duelo por quienes ya no estaban pero que estuvieron y fueron parte de nuestra felicidad.
Él llegó a la fábrica de rebote. La crisis que ahora parecía que se despedía pero no terminaba de arrancar le encontró tiempo atrás, en el andamio que por entonces semejaba la gallina de los huevos de oro. Pero el caso es que cuando la burbuja inmobiliaria explotó, arrasó con el  andamio, con la gallina que trocó en común ponedera de huevos con yema y clara ….. y con él.
Él añoraba su tiempo de albañil. Le gustaba, especialmente, cuando trabajaba al aire libre; y si tenía que estar en lo alto, mejor que mejor.
Él  había tenido que adaptarse a trabajar en  un recinto cubierto donde su creatividad y libertad estaban ocultas también. No era una ocupación complicada pero la simpleza de la misma  se contagiaba. Era un quehacer limpio y con un horario pautado. Tenía sus vacaciones y aunque el sueldo no era para tirar cohetes, le permitía contribuir a la economía familiar y así salir a flote.
Él cuando salía de la empresa estaba embotado. No era cansancio físico si bien las articulaciones de sus manos se resentían del automatismo en el que, en su jornada laboral durante ocho horas   montaban llenaban y cerraban  cajas rectangulares. Era otra cosa a la que aun no le ponía nombre.
Él dio una patada a una lata de refresco que tropezó con su zapato izquierdo deteniendo una carrera sin meta iniciada desde lo alto de la pendiente. Regresaba a su casa y se debatía entre la seguridad que le proporcionaba tener un empleo con el que ir escapando y el anhelo de respirar aire fresco, puro o impuro y poder elevar los pies del suelo.
Él levantó su mano derecha y sin pensarlo la flexionó hacia atrás simulando el gesto del arquero que coge la flecha del carcaj. Este movimiento le alivió. Por un momento se imaginó convertido en arquero capaz de mantener la portería imbatida y repeliendo con pericia todos los avatares que en forma de ataques le llegaban. Pero también se contempló como diestro asaetador que con eficaces flechas en su aljaba marcaba su destino sin errar la puntería. Sintió  la diferencia de lo lleno y lo vacío cuando lanzaba con tensión la saeta, dedos pulgar e índice en ángulo recto y el resto encogidos a fin de delimitar claramente la diana. .Experimentó el estiramiento previo al lanzamiento del otro brazo. Y fue como si despertara.
Él llegó a casa. Sabía que las cosas cambiarían para bien. Comentó con su familia las posibilidades de transformar la desazón que le consumía en energía creadora. Fue escuchado. Casi no se lo podía creer. Había sido capaz, sin dramatismo, extremismo o destrucción, de hablar de sus necesidades, desde el corazón. Había tenido el coraje de seguir el consejo de Gorgías, personaje de Alceste, pieza teatral de Benito Pérez Galdós, que instaba al rey de Tesalia a sincerarse.
Él, de forma semejante, antes de pisar el umbral del hogar, se había dicho “Pon una pausa en tu dolor y hablemos”. Así lo hizo. Y pudo comprobar que el pesar compartido pesaba menos. Y la familia cambió para bien.  Buena semana.


domingo, 14 de octubre de 2018

N 59.UP AND DOWN


Ella le colocó el pañal al bebé con tranquilidad. Los movimientos de sus manos se sucedían con la normalidad del hábito. Terminó de vestir al benjamín y se dispuso a salir a la calle en busca del rayo de sol tibio que les arropara mientras andaban la ciudad.
Ella se detuvo delante de un escaparate en el que la ropa invernal era refutada por los 27 grados que mostraba, altivo, un termómetro digital, desde la atalaya de un poste metalizado destacando sobre el paseo recién despierto.
Ella, aun joven por mor de la urgencia social de estirar como chicle la juventud a pesar de haber transitado más de tres décadas, no recordaba tanto calor en esas fechas. La gente mayor, tirando de memoria, tampoco.
Ella se sentó  al zoco de unas palmeras y sintió la brisa fresca que, según las noticias meteorológicas, pronto dejaría su lugar al bochorno.
Ella estaba en paz.
Ella miró el cochecito y el pequeño rostro que dormía plácidamente, le hizo pensar. Recordar. Recodarse.
Ella rememoró cuando cinco años atrás tuvo su primer hijo. Le vino a la mente ese momento que su pareja y ella llamaban DESACTIVAR LA BOMBA. Y que hacía alusión al instante de limpiar y cambiar el pañal al ahora primogénito, pero entonces un ser pequeñito, de movimientos impredecibles y en apariencia tan frágil como el estudiante de vidriera cervantino.
Ella, con la distancia que daba el tiempo y el cambio de escenario, sonrió al percibir en el recuerdo el olor agrio del miedo en forma de sudor, la respiración contenida al voltear con éxito la pequeña nalga y la sensación de triunfo cada vez que la operación concluía con un final feliz.
Ella respiró. Se fueron de su cabeza esos pensamientos y con ellos la vida como artefacto explosivo por neutralizar. Ahora tocaba otro momento. Ahora era tiempo de tregua. Desconocía cuánto duraría la estación de la calma. Porque ignoraba el futuro, ya fuera perfecto o imperfecto. Pero sabía que así como había principiado, también habría de finalizar. Por eso tomaba con deleite el aire, cada vez menos fresco; disfrutaba del paseo mañanero, experimentaba el placer de la visión del sueño infantil hecho dicha y nada, nada, de lo que le rodeaba le era ajeno; y todo, todo, en derredor encajaba.
Ella sabía que llegarían instantes venideros, imposibles de avistar en su ahora, donde la vida trocaría en un arriba y abajo tobogánico; o como diría una querida amiga anglófila, momentos up and down; o como diría un sabio y venerable viejillo vecino , momentos apandaun o apandau, pues pronunciaba la n final según la vitalidad de sus pulmones.
Ella había aprendido que cuando había mar de fondo, la superficie aparentaba calma y que la tormenta daba vida a la tranquilidad. Con el correr de los años, iba escuchando las señales de su tiempo; y también prestaba atención a los indicios que en su interior le ayudaban a nombrar su día a día. Vivía aprendiendo a reconocerse en marcas, huellas, muescas, devenidas a veces en cicatrices y otras en reliquias hacia las que de vez en vez peregrinaba.
Ella, ahora serena, sabía que la vida era poliédrica; pero en tiempos de tontuna se disponía, diligente, cada día, a lijar sus aristas. Buena semana.



domingo, 7 de octubre de 2018

N 58. RECREÁNDOME.

Él peinó su pelo maquinalmente, sin apenas reparar en su imagen duplicada en el espejo. Con semejante automatismo repasó los rasgos de la cara como si sospechara que alguna parte no estuviera en el sito correcto. Pero todo estaba en orden.
Él se marchó. Salió de la casa con paso ligero. Era su modo de estar en cuanto ponía el pie fuera del umbral hogareño. Aunque no tuviera un rumbo fijo y simplemente paseara, andaba con la urgencia de quien tiene que alcanzar una meta.
Él entró en su librería favorita. Iba a recoger el libro encargado una semana atrás que ansiaba devorar a pesar de que sus palabras no vaticinaban fácil digestión.
Él esperaba su turno mientras su mirada se posaba ligera en la mesa de las novedades, pasaba a las de las actualizaciones en papel de los clásicos populares y arribaba al estante donde moraban fotografías de toda clase y condición que tan pronto le hacían viajar siglos atrás como le aventuraban en un futuro, generalmente metalizado y con frecuencia robotizado. Un marbete amplio, llamativo informaba que se estaba ante la sesión AYER Y MAÑANA.
Él detuvo su vista en dos ilustraciones en color sepia; en una se reproducía una cabalgata de la capital, con fecha capicúa ,1881, donde los disfraces, los papahuevos y las jóvenes en las carroza, a pesar de lo festivo de la ocasión, traslucían cansancio y rigidez; en la otra, tres mujeres adultas enfundadas en ropas gruesas, mantilla incluida, ocultaban su cuerpo del que solo eran visibles el rostro y las manos, que trabajaban con ahínco en una máquina tejedora en un lugar frío del norte.
Él pensó que en ambas imágenes no había presente. El espacio y el tiempo habían cambiado desde entonces; aquellas personas llevaban cuatro generaciones desaparecidas y los usos de la época habían sido sustituidos por la innovación que proporcionaban las nuevas tecnologías tanto en el ocio como en el negocio. ¿Y qué ocurriría con lo venidero?
Él se sintió puente relator entre un pasado que había expirado y un futuro que comenzaba a inspirar.
Él trocó en aire por el que circulaba el eco de lo pretérito para irse a traer los días por llegar.
Él se experimentó fuera de la dimensión temporal. Como si en cada momento confluyera todo lo posible, un eterno retorno desconocido que vinculaba y del que era imposible permanecer al margen.
Él sintió que cada segundo estrenado contenía la simiente de toda posibilidad. En un instante, fugaz, percibió su vida como una infinita recreación inabarcable para su mente. Y llegó al mostrador donde recibió su pedido.
Él sonrió desde el corazón. Fue una mueca alegre y espontánea. Tal vez porque ya tenía en sus manos el anhelado libro, délicatesse a degustar. Tal vez por ese extraño y lúcido viaje por el tiempo iniciado con el color sepia de las fotos expuestas. Tal vez porque comprendió que la vida era un continuo recrearse. Todo estaba en orden pero también en desorden.
Él desde entonces, cuando le preguntan por cómo está, se vuelve sonrisa fugaz y contesta recreándome. Buena semana.