domingo, 30 de diciembre de 2018

Nº 70.ESCUTOIDES




Él sudaba la gota gorda que se mezclaba con la grasa transpirada por la plancha eléctrica. Se acercaba la hora del almuerzo y la camioneta reconvertida en cocina ambulante calentaba motores gastronómicos para la hora punta del negocio.
Él había montado la empresa dos años atrás junto a dos colegas de su anterior profesión que decidieron al unísono dar un giro radical a sus vidas. La causa o el azar les hizo coincidir en el espacio y en el tiempo en los que el trío desertó de las ventanillas y mesas metálicas en las que se estaban dejando la piel y el cabello; aunque ellas lo disimularan con extensiones adheridas con pericia.
Él recuerda cómo encontraron el nombre de lo que sería en adelante su modus vivendi. Mientras deslizaba la pala por el grill ardiente a la espera de la carne jugosa rememoraba el café que compartió con ellas aquella mañana de domingo en su casa. Sonaba la radio .La oían pero no la escuchaban hasta que se impuso la palabra novedosay que adoptaron inmediatamente, sin ningún género de dudas: Escutoides.
Él, un par de años después , con un gesto alegre en la cara y en la mirada, con más pelo que entonces, se congratulaba de haber encontrado una reconfortante coartada para pertrecharse ante los avatares de la vida, opuesta a la que su formación académica apuntara como la más exitosa. Había comprendido que a veces la vida era como un prisma torcido de bases iguales; que había un coste energético añadido cuando se acercaban curvas y que cuando se crecía junto a otros seres vivos, se buscaba consumir la menos cantidad de energía posible. Había entendido que hay formas de encajar en el devenir que no eran convexas y que las diversas caras a través de las que nos vivimos se conectaban eficazmente cuando los vértices tomaban la forma de la conjunción coordinada copulativa en mayúscula.
Él, una vez más, emprendió su hermosa rutina y se dispuso con serenidad, a trocar la primera comanda del día en un menú jugoso, como la vida misma. Buena semana.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Nº 69. ZASCANDIANDO

Ella introdujo la llave en la cerradura y cerró la puerta dando dos vueltas.
Ella ajustó la cinta a su pelo e inició un trote ligero que pronto devino en carrera.
Ella se desplazaba a una velocidad moderada en la que se sentía cómoda y que le permitía contemplar el paisaje que alcanzaba y dejaba atrás a ritmo constante.
Ella había aprendido a disfrutar de esa media hora diaria en la que trocaba en pies voladores. Recorría los espacios habituales pero a cámara rápida y sentía el aire fresco de la mañana como una caricia estimulante que le insuflara el aliento para vivir el día con energía creadora.
Ella era libre de correr por donde quisiera. Prefería el amanecer porque su cuerpo respondía al ritmo solar. Había probado otros horarios que descartó tras el intento poco satisfactorio. Hasta que encontró su momento.
Ella conocía a muchas personas que practicaban también esa suerte de atletismo no competitivo.
Ella agradecía el empeño, afortunadamente, ya normalizado de los millones de seres humanos que tiempo atrás apostaron porque la calle, el día y la noche fueran patrimonio del bien común de la humanidad, sin distinción de sexo. Y al ganar, ganamos.
Ella, cada vez que calzaba sus zapatillas deportivas, dispuesta a patear pataleando, los parques y calles de su ciudad, se acordaba de quienes, conocidas o anónimas, se atrevieron a ser mujeres libres y murieron en el intento; rememoraba a todas las mujeres que, abriendo la puerta, decidieron, contra todo pronóstico, que una parte de su tiempo estarían zascandiando. Ella conocía la mentalidad mezquina que hizo víctimas a sus semejantes,al estudiar Historia. Eso había ocurrido en otra época,En la que las mujeres corrían por miedo. En cambio, a ella le habían enseñado , desde pequeña, en casa y en la escuela a correr sin miedo Y no solo a ella, sino a ellas y a ellos.
Ella vivía como persona. Y por eso, corría, segura, independiente, feliz, a cualquier hora que decidiera, por cualquier lugar que se le antojara. Ir sola o acompañada era totalmente contingente. Se asumía la afortunada ecuación entre lo que era y lo que debía ser. Y la humanidad fue más humana . Colorín, colorado...este cuento no ha acabado. Buena semana.


domingo, 16 de diciembre de 2018

Nº 68 LAS TRES DIMENSIONES



Él necesitaba modelar, crear con las manos. Pasaba muchas horas en el taller, la habitación que otrora fuera un espacioso garaje y que ahora semejaba un alegre paritorio de la imaginación.
Él descubrió, tiempo ha, que no le bastaba el largo y el ancho de la vida. Buscó y halló la profundidad. Y desde entonces, talla el espacio, dentro y fuera de su  laboratorio creativo.  Y desde entonces, esculpe el tiempo en un cincelar presente y continuo. Y desde entonces, da forma a la vida con su pensar, su hacer y su sentir.
Él se construyó, generoso para sí y para el mundo.
Él se volvió arte. Buena semana.


domingo, 9 de diciembre de 2018

Nº 67 ALFILERAZOS DE LUZ

Ella vivía una época en la que la sincronía con la vida era la huella de su andar. No porque los problemas se hubieran exilados sin propósito de retorno. Al contrario, no pasaba un día en el que brotara un obstáculo que le hiciera estrujarse los sesos para sortearlo y lograr su objetivo. Se trataba de un cambio interno.
Ella miró el cielo y se acordó de Carmen Martín Gaite. En el libro, "Lo raro es vivir" describía un paisaje que guardaba una asombrosa semejanza con el que contemplaba en aquella tarde otoñal. La voz de la escritora salmantina se convertía en firmamento hecho palabras recién nacidas al narrar “se espesaban unos nubarrones plomizos surcados por alfilerazos de luz” .En su caso, la voz se convirtió en emoción hecha lecturas ya lejanas.
Ella sabía que, otrora, en innumerables avatares de la vida, le había tocado ser nubarrón plomizo; hasta que emprendió la resignificación de la distancia que mantenía con el medio físico y humano, poco a poco, a base de perseverancia, tormenta a tormenta, caída tras caída, y trocó en alfilerazo de luz, aunque se acercara y se asentara el invierno.
Ella iniciaba su travesía diaria sin hacer hueco a la queja por la falta de viento o esperando ingenuamente que cambiara. Disciplinada, había aprendido a ajustar las velas.
Ella así surcaba cada mañana el mar de la vida. Y así retornaba con el crepúsculo: un poquito más vieja, un poquito más sabia, un poquito más feliz, un poquito más viva. Buena semana.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Nº 66. LA PILA ES LA PILA.

Él escuchó al nieto que e decía “Abuelo, la pila es la pila”.
Él interrogó al joven sobre el significado de sus palabras, en aquel crepúsculo turquesa en el que se recortaban las montañas legendarias. El adolescente le explicó que la pila de años, pesa para hacer ciertas cosas.
Él sonrió. No le dijo que nunca había tenido tanto entusiasmo por vivir. Se limitó a mostrar lo que no pronunciarían sus labios.Con una sonrisa divertida en aquel atardecer aguamarina oscuro. Buena semana.