Él miró el fuerte romper de las olas en la playa de arena negra, cielo azul con un velo de calima y acantilados imponentes que bajaban de la cumbre a margullar en el mar.
Él se percató de sonidos propios del lugar; se sentía fuera de juego en medio de la naturaleza.
Él, urbanita convencido, llevaba el alquitrán en la sangre y en los pulmones. Pero allí, en aquel paraje costero, se detuvo.
Él distinguió el croar de unas ranas alojadas en un hotel rural de renombre; en concreto, habitaban en sus charcas.
Él percibió el fijo discontinuo volar de gaviotas, risco abajo, beso al mar y risco arriba.
Él se sorprendió con la presencia de un cuervo que buscaba su lugar en tan agreste paisaje.
Él compartió el diligente correr de un disciplinado lagarto de talla mediana.
Él, en buena compañía, estuvo un día allí, en silencio, por fuera y por dentro.
Él, recién estrenado el día, había descendido por el lado izquierdo del barranco , en dirección al mar,. Al atardecer, con la fresquita, subió la escarpada ladera por el lado opuesto en dirección a la carretera.
Él, entre bajada y subida, presenció la bajamar y la pleamar, saladas las dos.
Él abandonó el lugar físico pero le hizo espacio en su corazón. Desde entonces cada cierto tiempo, minuciosamente calculado, abandona gozoso la ciudad y desbroza el camino invadido por el rabo de gato, esperando entablar diálogo silencioso con ranas, gaviotas y cuervos; jalea el correr de algún lagarto en su trasmontaña particular; respira el aire mojado y sazonado y se deja agasajar por el mar y el sol. El aprendió a nombrar el verdor que antes simplificaba como plantas. Distinguió, gracias al lenguaje del cariño, tabaibas (y aprendió que las había dulces), orijamas, leñas buenas, melosas, almacigal, palmeras canarias, híbridas, cardones, cardoncillos, tasaigos. Y tras trabar vegetal a palabra, volvía a su hábitat que sentía cada vez menos habitual.
Él, escapada tras escapada, espació cada vez más el regreso a la ciudad. Hasta que llegó el momento en el que de forma minuciosamente calculada, programaba incursiones en la ciudad que se volvieron más y más esporádicas y donde se sentía fuera de juego.Había comprendido que otro era su lugar.Buena semana.
domingo, 24 de febrero de 2019
domingo, 17 de febrero de 2019
Nº // INTOLERANCIA A LA FRUCTOSA
Ella estaba a punto de acabar su jornada. Había estado todo el día limpia que te limpia en aquella casa de protección oficial de 60 metros cuadrados. ¡Qué trabajosos eran esos hombres! Eran desordenados a mas no poder. Y ella no daba avío. Siete bocas para las que cocinar limpiar y lavar.A pesar de todo, menos mal que tenía ese trabajo con el que poder ir tirando.
Ella empezaba el día atravesando el descampado, conocido como el bosque, aunque la vegetación brillaba por su ausencia. Debía ser que floreció en el pasado. En caso contrario, la explicación de dicho nombre solo podría deberse a una creatividad distraída. Pero como trabajaba en la periferia no le quedaba otra que andar y andar para llenar el cesto diario con el que preparar la comida de aquellos hombres que habían optado por compartir piso, dado que los alquileres estaban por las nubes. Así podían pagarle un sueldo a ella.
.Ella sentía que el único momento que le reconfortaba era cuando en medio del fregao se lanzaba a cantar canciones de Rozalén. Sentía especial querencia por Me arrepiento, que repetía una y otra vez al tiempo que el orden emergía de entre las ropas tiradas por doquier, la vajilla sucia, alongada en el fregadero y el polvo trocado en epidermis de muebles .Todo gracias a su bueno pero efímero hacer que avanzaba a golpe de cepillo, fregona y demás útiles de limpieza.
Ella sentía que su vida necesitaba cambiar en muchas cosas. No solo en el trabajo que le hacía dar con sus pies en aquella casa donde se dejaba la vida por un sueldo miserable. ¡Pero qué se le iba a ser! .No tenía preparación para hacer otra cosa. Por ahora.
Ella sabía que su familia no se lo había puesto fácil. Pero lejos del rencor, practicaba un desapego inteligente, ocupada como estaba en salir adelante. Desde que tuvo consciencia de su nombre, comprendió que sus progenitores no habían estado muy finos en la elección del mismo. Claramente era redundante y discordante : Blancanieves. Claro que la tradición familiar, hasta donde ella sabía, había sido muy dada al pleonasmo. Su madre había fallecido exageradamente antes de tiempo, en su nacimiento y la sombra alargada de su recuerdo poblaba sus peores sueños, de los que se despertaba, agotada preguntándose quién era; su padre volvió a casarse pero sería lo que el lenguaje políticamente correcto, definía como padre ausente, al que amaba pero con el que no podía contar (cosas, otra vez, del histrionismo); y su madrasta carecía de la visión panorámica, más propio de la adolescencia que de la madurez, quedándole grande el papel de madre, para el que, por otra parte, no tenía vocación. Prefería hablar con un espejo lo que con el correr de los años, le proporcionó una estupenda dicción.
Ella sabía cuál había sido su porción de dolor en el reparto vital. Pero aun así luchaba por salir adelante. Una vez se enamoró de quién le parecía un príncipe, pero él, rey del monosílabo, desapareció sin explicación, en modo sapo.
Ella, optimista empedernida, se consolaba con la idea de que al menos tenía salud. Y así confiaba en que algún día cambiaría las cosas para bien.
Ella , esa mañana, se paró en el puesto del mercado donde estaban expuestas unas relucientes manzanas fuji. Parecían tan apetitosas y brillaban tanto que estuvo a punto de caer en la tentación. Afortunadamente tenía muy claro que era intolerante a la fructosa. No quería recordar aquella vez que, en ese mismo puesto de la plaza, mordió una manzana similar a las que contemplaba. Fue un visto y no visto. ¡Cómo que la cosa terminó en desmayo! .Desde entonces, se alejó de esa dulce toxicidad , comprendiendo otros malestares y dolores pasados. Desde entonces ha aprendido que la vitamina A, C y la fibra, puede conseguirlas de otras formas más saludables. Desde entonces, las cosas cambiaron para mejor. Buena semana.
Ella empezaba el día atravesando el descampado, conocido como el bosque, aunque la vegetación brillaba por su ausencia. Debía ser que floreció en el pasado. En caso contrario, la explicación de dicho nombre solo podría deberse a una creatividad distraída. Pero como trabajaba en la periferia no le quedaba otra que andar y andar para llenar el cesto diario con el que preparar la comida de aquellos hombres que habían optado por compartir piso, dado que los alquileres estaban por las nubes. Así podían pagarle un sueldo a ella.
.Ella sentía que el único momento que le reconfortaba era cuando en medio del fregao se lanzaba a cantar canciones de Rozalén. Sentía especial querencia por Me arrepiento, que repetía una y otra vez al tiempo que el orden emergía de entre las ropas tiradas por doquier, la vajilla sucia, alongada en el fregadero y el polvo trocado en epidermis de muebles .Todo gracias a su bueno pero efímero hacer que avanzaba a golpe de cepillo, fregona y demás útiles de limpieza.
Ella sentía que su vida necesitaba cambiar en muchas cosas. No solo en el trabajo que le hacía dar con sus pies en aquella casa donde se dejaba la vida por un sueldo miserable. ¡Pero qué se le iba a ser! .No tenía preparación para hacer otra cosa. Por ahora.
Ella sabía que su familia no se lo había puesto fácil. Pero lejos del rencor, practicaba un desapego inteligente, ocupada como estaba en salir adelante. Desde que tuvo consciencia de su nombre, comprendió que sus progenitores no habían estado muy finos en la elección del mismo. Claramente era redundante y discordante : Blancanieves. Claro que la tradición familiar, hasta donde ella sabía, había sido muy dada al pleonasmo. Su madre había fallecido exageradamente antes de tiempo, en su nacimiento y la sombra alargada de su recuerdo poblaba sus peores sueños, de los que se despertaba, agotada preguntándose quién era; su padre volvió a casarse pero sería lo que el lenguaje políticamente correcto, definía como padre ausente, al que amaba pero con el que no podía contar (cosas, otra vez, del histrionismo); y su madrasta carecía de la visión panorámica, más propio de la adolescencia que de la madurez, quedándole grande el papel de madre, para el que, por otra parte, no tenía vocación. Prefería hablar con un espejo lo que con el correr de los años, le proporcionó una estupenda dicción.
Ella sabía cuál había sido su porción de dolor en el reparto vital. Pero aun así luchaba por salir adelante. Una vez se enamoró de quién le parecía un príncipe, pero él, rey del monosílabo, desapareció sin explicación, en modo sapo.
Ella, optimista empedernida, se consolaba con la idea de que al menos tenía salud. Y así confiaba en que algún día cambiaría las cosas para bien.
Ella , esa mañana, se paró en el puesto del mercado donde estaban expuestas unas relucientes manzanas fuji. Parecían tan apetitosas y brillaban tanto que estuvo a punto de caer en la tentación. Afortunadamente tenía muy claro que era intolerante a la fructosa. No quería recordar aquella vez que, en ese mismo puesto de la plaza, mordió una manzana similar a las que contemplaba. Fue un visto y no visto. ¡Cómo que la cosa terminó en desmayo! .Desde entonces, se alejó de esa dulce toxicidad , comprendiendo otros malestares y dolores pasados. Desde entonces ha aprendido que la vitamina A, C y la fibra, puede conseguirlas de otras formas más saludables. Desde entonces, las cosas cambiaron para mejor. Buena semana.
domingo, 10 de febrero de 2019
Nº 76. EL LUCHADOR
Él se despidió.
Él dejó como herencia sólidas palabras de amor, justicia y
solidaridad.
Él hizo posible, con su maestría, que la Historia fuera contada desde el
corazón.
Él, para muchas personas conocidas y muchas más,
anónimas, fue un ser de crucial
importancia, más allá del renombre y reconocimiento público.
Él puso la letra al servicio del compromiso con
la humanidad.
Él enseñó que otro mundo mejor es posible.
Él se marchó con la gratitud como sudario.
Él, Antonio Lozano, descansó en paz
Buena
semana.
domingo, 3 de febrero de 2019
Nº 75. DESORDEN
Ella se
despertó voluptuosa. Era lunes pero en sus entrañas habitaba el domingo. No se
decidía a salir de la cama. El cuerpo de él, escorado en sus caderas, se volvía
ancla y ella no estaba para levar.. casi nada
Ella
había descansado bien. Le embriagaba el placer trocado en recuerdo reciente. Y otra
vez en su boca se instaló el deseo que, avanzando
jadeante, la abriría en un dulce canal. Era
ese camino compartido y sin retorno.
Ella miró
el cuerpo que le había reconciliado con la vida. No lo había buscado y sin embargo .cuando se
encontraron, ambos supieron que habían llegado al final de una terrible
travesía y con naturalidad se reconocieron en la finalidad del otro.
Ella pensó que la vida estaba de su parte. Buscó
los argumentos que justificaran tal pensar en la piel que se confundía con la
suya, en la piel salada, en la piel que acogía el caos. Ella, esta vez, no puso
orden. Buena semana.
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